Afganistán: un hogar para mujeres que inspira risas y canciones

10 junio 2016
Afganistán: un hogar para mujeres que inspira risas y canciones
Mujeres con problemas de salud mental disfrutan de una mañana al aire libre en el huerto soleado del Marastoon. CC BY-NC-ND / CICR / Jessica Barry

Para las mujeres de Afganistán, criar niños en medio del conflicto es una lucha de toda la vida. Y cuando ello se combina con pobreza, analfabetismo, violencia y trabajo agotador, el esfuerzo puede dejar cicatrices emocionales profundas.

Si tienen suerte, tal vez puedan encontrar consuelo en su propia fuerza interior o en la ayuda de sus familiares, o gracias a la amabilidad de otras personas a quienes les importa lo que les sucede. Ese es el destino de 70 mujeres con problemas de salud mental que viven en el Marastoon, un hogar a cargo de la Media Luna Roja Afgana en Kabul. Algunas de ellas son recién llegadas, otras han estado allí durante décadas.

Una mañana, hace poco tiempo, doce de estas mujeres se sentaron en ronda bajo la sombra extensa de los árboles del huerto del Marastoon; cantaron canciones y pudieron disfrutar de una hora al aire libre fuera del recinto amurallado.

Su cuidadora, Amina, una de las once mujeres que se turna con otras para cuidar a las mujeres que residen allí, se sentó y cantó con ellas también. "Siempre están más felices y relajadas cuando se encuentran afuera, en el jardín", comentó cuando dos visitantes se acercaron. Luego de las presentaciones y algunas miradas de bienvenida, retomaron el canto. Esta vez fue el turno de una famosa canción popular, "Allah Shahkokoh jan".

Amina (vestida de negro), sentada en medio de la ronda, cantando con las demás mujeres. CC BY-NC-ND / CICR / Jessica Barry

Belqis, madre de cuatro hijos, que trabaja en el Marastoon desde hace dos años, habló claro y fuerte. "Nadie puede ir y venir sin mi autorización", exclamó cuando terminó la canción, entre asentimientos y risas de las demás mujeres.

Freshta, que estaba ansiosa por practicar su inglés, se encontraba sentada junto a Amina y recitó un curioso abecedario. Su hermana también se encuentra en el Marastoon. Una tercera hermana murió allí.

Nafisa, una mujer de mediana edad, habló de su sueño de convertirse en maestra.

Hubiera sido sencillo considerar a estas mujeres como las tristes víctimas de violencia doméstica, matrimonios que no prosperaron y abusos, que es el caso para la mayoría de ellas. Pero esto significaría causarles un daño, ya que también son supervivientes en el mundo que crearon para ellas mismas y en el que habitan. Tampoco perdieron la habilidad de disfrutar de las pequeñas cosas, como el aire fresco, las flores salvajes, lo cual es muy sencillo perder de vista en medio del conflicto. Si bien recuerdan el pasado, e incluso reciben visitas de sus familiares, u ocasionalmente van a sus casas, cada una de ellas se ha creado un espacio de protección alrededor en el que es invulnerable.

Nafisa (a la izquierda) sueña con convertirse en maestra. CC BY-NC-ND / CICR / Jessica Barry

"Les tengo mucho cariño a estas mujeres", reconoce Amina, de Bamiyan, quien trabaja en el Marastoon desde hace cuatro años. No cuenta con ninguna capacitación formal, sin embargo, posee una empatía innata para comprender los estados de ánimo y las necesidades de estas mujeres. También se ocupa de mujeres con enfermedades mucho más graves que viven en el mismo recinto y que requieren atención constante. "Una de ellas es muy fuerte y se pone celosa con facilidad", observa Amina. "Hace mucho ruido. Pero me siento muy contenta cuando hablo con ella."

Los familiares de Amina también han sufrido mucho. Su padre es discapacitado y frágil mentalmente. Hace catorce años, uno de sus hermanos resultó herido en el conflicto y también tiene una discapacidad. Ambos son pacientes del centro de ortopedia del CICR en Kabul.

"Sería maravilloso si pudiera traernos algunos libros para colorear", observó Amina. "A las mujeres les gusta pintar flores cuando tienen que quedarse adentro."

"También miramos televisión", dice una mujer con risa nerviosa. "Películas indias."

"Y fútbol", murmura otra.

"La próxima vez que nos visite prepararemos un pastel", sugiere una de las mujeres en la ronda.

"Yo nunca cocino", resopla Belqis. "Siempre tuve sirvientes que preparaban las comidas."

Entre charlas y canciones, el tiempo pasó muy rápido. Cuando llegó la hora de partir, las mujeres se negaban a volver al recinto. El sol todavía calentaba y proyectaba sombras verdes sobre la hierba. Amina volvió a sentarse entre ellas, y comenzó a cantar otra canción, hasta que pudo persuadirlas amablemente de volver.

Cuando las recuerdo sentadas allí, por un momento fue como si estas mujeres no fueran la evidencia de las numerosas penas de Afganistán, aunque en realidad sí lo son; fue como si esas mujeres hubieran podido entrever por un momento la paz escurridiza que muchos buscan en este país triste, dividido por la guerra.