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Colombia: en cárcel de Villavicencio viven maestros de la madera

En el taller de ebanistería de esta cárcel colombiana encontramos a 28 detenidos con algo en común: el deseo de trabajar, cumplir con su pena y volver a vivir en sociedad. El CICR monitorea la situación de más de 1.700 mujeres y hombres en este penal.

Cuando Camilo ingresó a la cárcel de Villavicencio, hace tres años, no tenía ningún interés por el arte. Decidió empezar a trabajar como ayudante de lavandería para que sus días pasaran más rápido y para escapar del error que había cometido que, según él, lo atormentaba día y noche.

Cuenta que un día encontró un pequeño trozo de madera en el suelo y talló una abeja. El reconocimiento de sus compañeros por esta obra fue tal, que Camilo se empeñó en aprender ebanistería. Atrás quedó la ropa sucia.

Camilo ya tenía talento para el dibujo. Con ayuda de sus compañeros y un docente aprendió a lijar, pulir, cortar, tallar y pintar sus creaciones. Hoy es el líder del taller del pabellón donde está detenido, una iniciativa que nació entre los mismos internos. En el taller se encuentran 28 detenidos con algo en común: el deseo de trabajar, cumplir con su pena y volver a vivir en sociedad.

La cárcel de Villavicencio es uno de los 25 centros penitenciarios que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) visita en Colombia, donde monitorea la situación de las personas privadas de la libertad y verifica que se cumplan las garantías legales. Según estadísticas de agosto pasado del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), el penal alberga a más de 1.700 personas y tiene un nivel de hacinamiento del 70 por ciento. Esta es una situación que comparten la mayoría de las prisiones en Colombia. (Únase a la campaña Humanos adentro y afuera, por la dignidad de los detenidos).

A pesar de las dificultades de vivir en el penal, para Camilo el arte se convirtió en mucho más que un pasatiempo. La venta de cuadros decorativos se convirtió en un sustento y una manera de ayudar a su familia. Incluso logró exponer una de sus obras en la Gobernación del Meta.

Hoy sueña con montar su propio taller. “Cuando salga me quiero dedicar a esto. Sé que va a ser difícil, porque para empezar a trabajar se requiere de una inversión y necesito de alguien que me tienda la mano”, dice.

En el taller liderado por Camilo la labor voluntaria es de ocho horas diarias. Pero no siempre fue así. Lograron tener maquinaria para trabajar y un espacio adecuado luego de varias peticiones y conversaciones con los administradores del penal. “Sufrimos mucho tiempo porque solo nos sacaban del patio a trabajar cada 15 días”, recuerda Camilo. Sin embargo, a partir de este año empezaron a ir diariamente.

Los internos comercian los productos elaborados para sustentar su vida en la prisión y ayudar económicamente a sus familias. CC BY-NC-ND/CICR/Wbeimar Cardona

Si peleas, te sacan del taller

“Llegué a estar como un indigente, a dormir en la calle, a tener ropa sucia y oler mal… todo por estar drogado”. Andrés recuerda los primeros días en el penal, donde llegó tras una vida dedicada al consumo de las drogas alucinógenas: “Cuando entré lo primero que hice fue dormir mucho. Imagino que el cuerpo necesitaba desintoxicarse”.

Al inicio, usaba sus momentos de tedio caminando de punta a punta el patio junto a otros internos. Pensaba mucho en su hija, a quien había dejado desde pequeña, así que decidió empezar a trabajar. Camilo le ofreció ir al taller con la condición de tener buen comportamiento, nada de peleas. “Le dije que yo era juicioso y que me gustaba trabajar”, cuenta Andrés.

“Hemos atraído a muchas personas que quieren hacer algo. Muchos han llegado mal, pero están trabajando y ahora están tranquilos cumpliendo su pena y sin problemas. Ellos saben la manera como debemos comportarnos y el que no siga las reglas, yo mismo lo saco del taller y no vuelve. Ellos saben que eso sería una gran pérdida”, aclara Camilo.

El agua, una prioridad en la cárcel

Durante el primer semestre del 2015 el CICR ha monitoreado la situación de más de 70.000 personas privadas de la libertad en todo el país. La cárcel de Villavicencio no ha sido la excepción. El CICR inició sus visitas a este centro en junio pasado.

Entre las acciones realizadas por el CICR en el penal, se llevó a cabo una evaluación de las condiciones de saneamiento básico y se encontró que el tanque de agua potable estaba deteriorado. “Dado los pocos recursos del establecimiento para hacer el cambio, se donó un tanque de almacenamiento de agua para mejorar el acceso a este servicio básico”, asegura Daniel Duarte, coordinador del departamento de Agua y Hábitat del CICR en Colombia.

El Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad y Carcelario - Reclusión de Mujeres de Villavicencio (EPMSC - RM) tiene una capacidad para cerca de 1.000 internos. Sin embargo, ahí se encuentran recluidas más de 1.700 personas. CC BY-NC-ND/CICR/Wbeimar Cardona

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