Cuando tenía solo 10 años, Gémerson perdió su mano izquierda tras recoger una granada del suelo. Además de las secuelas físicas que le dejó el accidente, tuvo que enfrentarse al rechazo de sus compañeros de clase y estuvo casi seis meses sin ir a la escuela.
En mayo de 2015, Gémerson estaba jugando frente a su casa en una vereda de Corinto, Cauca (suroccidente de Colombia). "Ahí encontró un resto explosivo, lo manipuló y tuvo el accidente. Esto también le dejó cicatrices psicológicas a él y al resto de la familia", explica Adrián Estrada, asistente de Contaminación por Armas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Su madre, Viviana Dagua, asegura que el niño no quería que sus amigos lo visitaran, se volvió muy rebelde y no quiso volver al colegio.
Para enfrentar los problemas de adaptación de Gémerson, el CICR realizó varias actividades con los otros niños de la escuela. "Les vendamos los ojos y les atamos las manos y los pies para que se pusieran en los zapatos de una persona con discapacidad. Eso ayudó a que ellos se sensibilizaran y pudieran sentir en carne propia cómo es el día a día de Gémerson", dice Adrián.
Según la familia, la ayuda psicológica ayudó a evitar más incidentes de matoneo en el colegio. Para Viviana, el cambio de actitud de su hijo es evidente: "Él ya es un niño más activo, ayuda en la siembra, volvió a la escuela y se viste sin ayuda porque dice que él puede solo".