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Discurso del presidente el CICR: respetar las normas que protegen a la humanidad

Discurso pronunciado por el señor Peter Maurer, Presidente del CICR, en la Cumbre Humanitaria Mundial en Estambul, Turquía.

Excelencias, señoras y señores:

Les hablo hoy como representante del CICR en su papel de guardián de los Convenios de Ginebra, un conjunto de tratados universalmente ratificados que se aplican a todas las partes en conflicto.

En el centro de todo el derecho internacional humanitario (DIH), se halla la protección de los civiles, de los detenidos, de los heridos y los enfermos, y de otras personas que no participan en las hostilidades. Este sentimiento de humanidad compartida es lo que confiere al CICR su relevancia, su legitimidad y su sentido universal.

Les hablo también porque millones de personas que sufren en los conflictos armados en todo el mundo no tienen voz.

¿Qué recordarán los historiadores futuros acerca de los tiempos actuales? ¿Que millones de personas fueron atacadas intencionalmente o por descuido, que se destruyeron sus viviendas, hospitales y escuelas, que ciudades enteras fueron reducidas a escombros por las bombas, que millones de hombres, mujeres y niños se vieron obligados a desplazarse?

Todavía tenemos la posibilidad de construir una historia distinta.

Es aquí donde el derecho internacional humanitario puede guiarnos, a nosotros y a las generaciones futuras, a través de las tinieblas de la guerra, para ayudarnos a tomar las decisiones correctas cuando nos enfrentamos con la violencia y el odio, con ideologías extremas que pregonan la exclusión y la destrucción.

Debemos cerrar la brecha peligrosamente ancha entre el discurso y la práctica del derecho. Hay que evitar que el consenso de los beligerantes en torno al derecho se siga resquebrajando.

Respetar la ley es el primer paso hacia el cambio. Es un paso sencillo, pero conlleva exigencias:

  • no atacar a personas civiles;
  • no cometer violaciones, actos de tortura ni ejecuciones sumarias;
  • no bombardear ni efectuar otros ataques contra hospitales y escuelas;
  • no amenazar, secuestrar ni matar a las personas que prestan ayuda;
  • no usar a civiles como escudos humanos;
  • no emplear armas ilícitas y no emplear las armas en forma ilegal.

Y si usted es testigo de algunas de estas situaciones, haga algo para ponerle fin, con toda su autoridad y todo su poder. No opte por la salida fácil, la de declarar que las víctimas civiles no son más que daños colaterales.

En lugar de eso, respete el DIH:

  • haga todos los esfuerzos posibles para proteger a los civiles al elegir las armas y las tácticas militares;
  • ayude a los que sufren y permita el acceso de quienes prestan asistencia de manera neutral, imparcial e independiente;
  • cuide de aquellos que huyen de la violencia;
  • trate a los detenidos con humanidad.

El DIH se basa en principios, pero no por ello deja de ser pragmático y práctico: no excluye la guerra, sino que fija límites a su conducción, reconociendo así el muy real dilema de encontrar un equilibrio entre la necesidad militar y el imperativo humanitario.
Sin embargo, el derecho sólo es un medio para alcanzar un fin; en ningún caso constituye un fin en sí mismo.

El DIH puede ser un instrumento formidable si se lo aplica de buena fe y si se lo interpreta y perfecciona constantemente para mantenerlo a la altura de los nuevos desafíos.

No debe abusarse del DIH utilizándolo como instrumento político contra los adversarios, exacerbando situaciones de por sí tensas.

El DIH debería emplearse para construir un espacio de diálogo entre los beligerantes.

Debe constituir la base de un diálogo renovado acerca de los problemas y dilemas que se presentan al intentar preservar un mínimo de humanidad en la guerra: enviar médicos y alimentos a zonas sitiadas, lograr que un equipo ingrese a un lugar de detención para aliviar la desnutrición y las enfermedades, conseguir que los ingenieros reconstruyan los sistemas de saneamiento, y la lista sigue.

No importa cuán difícil y absurda sea una guerra, es indispensable invertir, dialogar y negociar infatigablemente para lograr que el espíritu de la ley se convierta en realidad para proteger a las personas que lo necesitan.

El DIH ha dejado de ser tema exclusivo de un puñado de expertos militares y juristas; aparece en los titulares de los medios y forma parte inseparable del entorno humanitario. Tiene el valor de un sólido sistema normativo, sobre todo para aquellos que sufren las consecuencias de la guerra.

Con nuestra experiencia, cosechada en las líneas de frente de los conflictos armados, estamos preparados para dialogar con ustedes en forma individual y colectiva, pública o confidencial, según estimen conveniente, para ascender al siguiente nivel y encontrar soluciones pragmáticas a problemas complejos, comprender las características especiales de los respectivos contextos y aprender juntos analizando las mejores prácticas.

Los exhorto a respetar la ley, a hacer respetar el derecho, a mantener el equilibrio en un mundo al que muchos poderes y potencias distintos tratan de imponer direcciones diferentes.

Para que esta Cumbre tenga buenos resultados, sus conclusiones deben centrarse en las personas, no en los sistemas.

Los compromisos deben verse seguidos de acciones concretas y de un profundo cambio de comportamiento de todas las partes. Las personas que sufren en las guerras merecen, como mínimo, acciones que protejan sus vidas y su dignidad.

Los insto a aprovechar la oportunidad que nos brinda esta Cumbre para renovar el contrato mundial de la humanidad con el DIH, en su propio interés y -no se asombren- también en el de sus adversarios.

Usen su poder para garantizar que la guerra tenga un límite: todos los días, en todos los conflictos armados y para todos, porque las guerras sin límites son guerras que no acaban nunca.

Muchas gracias.