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El conflicto en Siria: guerra por asedio y sufrimiento en Madaya

por Marianne Gasser, jefa de la delegación del CICR en Siria

En una noche de lluvia y frío, unos hombres se me acercaron cargando un pequeño fardo e insistieron en entregármelo.

Se había formado un gentío. La única luz disponible era la de nuestros teléfonos móviles; desde hacía meses que no había electricidad.

Los hombres se detuvieron y de a poco retiraron el envoltorio con sumo cuidado. Al principio no pude distinguir qué había dentro. Luego, me di cuenta de que se trataba de un anciano.

Vestía un jersey y pantalones de gimnasia. Sus pequeñas piernas oscilaban en el aire como palitos. Le colgaba la quijada y tenía la mirada en blanco.

Su vida pendía de un hilo. Los hombres me miraban expectantes. Por desgracia, no hubo nada que hacer.

Este artículo apareció publicado por primera vez el 31 de enero de 2016 en el sitio de noticias de la BBC.

Enorme sufrimiento

Habíamos entrado en Madaya unas horas antes. La ciudad queda a una hora de distancia en auto desde Damasco, la capital siria, y desde hace meses que está sitiado.

Tras tortuosas negociaciones, se había logrado acceder a esta y a otras ciudades, todas bajo sitio. Ahora, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la organización a la que pertenezco, juntamente con la Media Luna Roja Árabe Siria y las Naciones Unidas, contaban con autorización para hacerles llegar la ayuda tan urgentemente necesitada.

Pero Madaya es solo uno de las decenas, si no cientos, de lugares en Siria, que necesitan ayuda con urgencia. El nivel de sufrimiento es descomunal.

La guerra comenzó hace casi cinco años. Hay 250.000 muertos; 13 millones de personas necesitan asistencia y casi medio millón vive en zonas sitiadas.

Lo que se necesita es un esfuerzo real y sostenido para aliviar ese sufrimiento. Por ahora, no es lo que está sucediendo.

Por ejemplo, las negociaciones para prestar socorro a Madaya se extendieron durante meses.

Se pactó desde el inicio que la ayuda a Madaya, en el sur, estuviera condicionada a la entrega de ayuda a Foua y Kefraya., dos ciudades en el norte del país.

Madaya sufre el sitio de las fuerzas gubernamentales pro sirias, mientras que Foua y Kefraya, cuyos habitantes sufren las consecuencias del asedio en la misma medida que los de Madaya, están sitiadas por los grupos opositores.

Solo podía prestarse ayuda a uno de las ciudades a condición de que también recibiesen ayuda las otras dos, y por añadidura, ello debía ocurrir simultáneamente. Este sistema se aplicó con tanto rigor que cuando uno de los camiones quedó empantanado en el norte, los camiones del sur tuvieron que detener su marcha hasta que el del norte recuperó su movilidad.

No podían proporcionarse alimentos en una ciudad hasta no demostrar, mediante fotos por WhatsApp, que se estaban entregando las mismas provisiones en las ciudades del bando contrario.

Ayuda por sincronización. Decididamente, no es la forma de realizar operativos de socorro.

Rostros enjutos

De regreso en Madaya, me llevaron a lo que eufemísticamente llaman el "centro de salud". Era meramente un cuarto en el sótano de una casa.

Al ingresar al cuarto en penumbra, me enfrenté con un cuadro de cuerpos desfallecientes tendidos en el suelo sobre frazadas azules: ancianos debilitados por el hambre y la enfermedad.

Había varios niños de rostros enjutos. Noté las marcas de pinchazos en sus brazos, causados por las vías que les habían colocado a fin de administrarles suficiente sustento para mantenerlos con vida.

El médico, cubierto con un guardapolvo ensangrentado, me condujo hasta la única cama del lugar. Estaba ocupada por dos personas.

Una de ellas era una joven a punto de dar a luz, pero que en los últimos cuatro días perdía el conocimiento todo el tiempo.

La otra era una niña de ocho años, tan débil que era incapaz de hablar o moverse.

Tras un silencio, el médico a mi lado se puso a llorar.

Las conversaciones de paz van y vienen; aun así, la matanza continúa.

Salvar vidas

Todos los bandos aplican lo que sólo puede llamarse "guerra por asedio", como en la Edad Media, cuando uno de los bandos procuraba lograr la rendición del otro por medio de la hambruna.
Como siempre, quienes sufren son los ciudadanos comunes.

Entonces, como trabajadores humanitarios, ¿qué deberíamos hacer?

Sí, podemos hablar sobre cómo todas las partes deberían respetar el "derecho internacional humanitario". Es decir, respetar a la población civil, no atacar hospitales, respetar la dignidad de los detenidos.

Sí, podemos hablar sobre la necesidad de "acceso": permitir que los trabajadores humanitarios ingresen a determinadas zonas para brindar asistencia a los hambrientos, a los enfermos y a los heridos.

Pero, ¿cómo se traduce eso en la práctica?

Permitan que los trabajadores humanitarios cumplan con su cometido y hagan su trabajo.

Si una niña de ocho años necesita alimento, deben dárselo. Si un anciano de 70 años de edad requiere atención médica, deben prestarla. No arriesguen la vida de las personas porque un camión se atascó en el barro, o porque un paquete de alimentos no es exactamente igual al otro.

Agilicen las negociaciones en la medida de lo posible; así se salvan vidas.

Y permítannos regresar, una y otra vez a estos lugares, para que podamos seguir prestando asistencia.

Sean humanos. Conserven su humanidad, incluso en los momentos más recios de la guerra.

En Madaya se produjo otro episodio que me conmovió.

Una mujer se me acercó y, a pesar de todo, aun sabiendo que el calvario continuaría indefinidamente, venía sonriendo.

Supuse que estaba contenta porque habíamos traído ayuda, pero me equivoqué.

Se inclinó hacia mí y me susurró: "¿Saben lo que han hecho, ustedes que han venido hasta aquí desde afuera? Al hablar con nosotros, al acordarse de nosotros, además de ayudarnos nos devolvieron nuestra dignidad. Gracias."