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Crónica desde el terreno: "Honduras tiene uno de los índices de violencia urbana más altos del mundo"

Artículo publicado originalmente por The Guardian

La situación en los hospitales es deplorable: los pacientes sufren larguísimas esperas y a veces hasta pasan la noche en los pasillos para asegurarse los primeros turnos de atención médica al día siguiente

Por Seema Biswas, en Honduras
Cirujana de la Cruz Roja Británica que trabaja para el CICR

Son las 3pm cuando ingresan a otro paciente más a la sala de emergencia, con una lesión en el pecho, producto de un disparo. Es un joven de unos veinte años. Por el momento puede hablar. Por la ubicación de la herida, es evidente que deberá ser operado de inmediato, ya que el proyectil seguramente lesionó el corazón. El joven es una de las miles de víctimas de violencia armada en Honduras.

Desde 2010, Honduras ostenta uno de los índices de violencia urbana más elevados del mundo. Casi todos los casos de violencia que recibimos en la sala de emergencia corresponden a lesiones producidas por disparos y cuchilladas, muchas veces fatales. Para el plantel del hospital, atender a personas heridas por hechos de violencia es moneda corriente. En el calor y la humedad de la sala de emergencia, el hedor a sangre y sudor impregna el ambiente.

El tráfico de drogas y los actos de extorsión son atribuidos a bandas poderosas; se dice que barrios enteros están bajo el control de grupos armados. Abundan los secuestros de vehículos y de personas, los asesinatos y los delitos sexuales. Hombres y mujeres jóvenes y sus familiares parecen estar atrapados inextricablemente en la tragedia del derramamiento de sangre. El desempleo y la pobreza agravan las condiciones de vida en las ciudades. En lo que parece una seguidilla sin solución de continuidad, los medios de comunicación locales informan sobre la lucha de los hospitales por atender la diaria afluencia de personas heridas. Entonces, ¿cómo decir que se trata de una "emergencia silenciosa"?

Una emergencia es toda situación que requiere acción urgente para evitar una amenaza contra la salud o la vida de una persona.

¿Nos habremos acostumbrado tanto a la violencia urbana y a la incapacidad de satisfacer las necesidades de salud más urgentes de las comunidades, que guardamos silencio ante semejante panorama?

Como cirujana de la Cruz Roja Británica, este año tuve nuevamente el privilegio de haber sido enviada a trabajar con el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Honduras. Desempeño mi labor en Tegucigalpa, la capital del país, junto a médicos, personal de enfermería y estudiantes de medicina que se esfuerzan día y noche por brindar la mejor atención médica posible a los heridos.

Cada día, me sorprende el enorme compromiso de los estudiantes de medicina y de los practicantes que trabajan en este hospital, que cuenta con el apoyo del CICR. Realizan todo tipo de tareas, desde trasladar pacientes y extraer sangre, hasta limpiar y vendar heridas, además de documentar las causas precisas de las lesiones, imprescindibles como antecedentes para mi trabajo. Los equipos de cirugía trabajan las 24 horas, interviniendo pacientes incesantemente. Ante la gran escasez de recursos, se cuidan celosamente todos y cada uno de los aparatos. Se los limpia, repara, protege y se los vuelve a usar una y otra vez. En son de broma, la instrucción en inglés 'use once' que aparece en ellos y que significa 'de uso único', se interpreta en español como ''u-s-e- o-n-c-e', o sea, 'úsese once veces'. Si bien se cuida el equipo con gran esmero, la precariedad sigue existiendo y la situación es sumamente deficiente.

Los centros médicos, donde concurre a atenderse la mayor parte de la población, cuentan con muy escaso presupuesto y están colmados de pacientes. Las filas de los pacientes ambulatorios llegan hasta la calle. Los pacientes de la ciudad y de las zonas rurales circundantes esperan durante horas para ser atendidos. Viajan todo el día desde sus localidades, a pie o haciendo autostop. Debajo de sus sombreros tejanos, su piel es rugosa y tostada. Los surcos faciales denotan sus historias. Las madres se tienden junto a sus hijos sobre el piso de piedra de los pasillos para pasar la noche, esperando ser de los primeros en la fila para la atención médica y de las farmacias a la mañana siguiente. Como si la vida no fuera lo suficientemente difícil, la constante amenaza de dengue y ahora de zika, son una realidad permanente.

Los médicos y el personal de enfermería locales siguen trabajando. Están bien organizados e informados, son ingeniosos y están comprometidos con la asistencia de incesantes emergencias, en un servicio de salud colapsado por la sobrecarga. No guardan silencio, pero son considerados en sus expresiones y medidos en sus comentarios. Me explican que los problemas son muy complejos. Los pobres son el sector más vulnerable. Para mejorar su salud, habría que garantizarles condiciones de seguridad en sus comunidades, así como el acceso a la educación y a un trabajo digno que les permita alimentar a sus familias.

El joven con la lesión de bala en el pecho sobrevivió. Fue trasladado sin demoras al quirófano, donde ya estábamos listos para proceder. Como de costumbre, el equipo hizo su trabajo en calma y en relativo silencio. Tras la intervención, el médico le explicó con calma el estado de las lesiones a la madre, que sollozaba quedamente.

Vuelvo a la agitada sala de emergencias: el clamor y la conmoción son estridentes. Aquí, el silencio brilla por su ausencia.