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La violencia armada continúa marcando las zonas más vulnerables de Colombia

Muy pocos viven para contar esto: "Uno de los muchachos se acercó a mí y se dio cuenta de que yo no estaba muerto porque respiraba, por eso me golpearon y me dieron en la mano con el machete varias veces; me dolía muchísimo. Empezaron a picarme en vida. No podía moverme, hasta que vino otro y me dio otro machetazo en la cabeza, en la parte de atrás; creo que querían sacarme la cabeza".

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Lo llamaremos "David" porque su vida aún está en peligro. El año pasado, este joven que cursaba séptimo grado sobrevivió al ataque en una zona urbana del Valle del Cauca, cerca del barrio donde suele encontrarse con sus amigos. El grupo de muchachos armados que intentaba asesinarlo salió corriendo del lugar cuando escucharon ruidos en una casa cercana. David empezó a gritar de dolor hasta que las personas que estaban cerca lo escucharon y lo llevaron a una clínica.

Perdió la mano derecha y tiene las marcas del ataque en el cuerpo. No ha vuelto a la escuela ni a su ciudad. "Cuando me veo las cicatrices me duele, pero no es dolor físico, sino dolor del alma. No voy a ser el mismo, aunque hay un psicólogo que me está ayudando. Él me dice que saldré adelante, pero no sé cómo", dice David.

Aunque escenas como esta parecen escritas para una película de terror, la realidad de las víctimas en Colombia supera todo tipo de ficción. La historia de David es la de muchos otros colombianos. Durante 2016, el CICR documentó posibles infracciones de los principios humanitarios que ocurrieron en cascos urbanos o como resultado de la violencia armada. Las zonas urbanas donde el CICR registró más casos fueron Medellín, El Bagre y Buenaventura.

Aunque el crecimiento del número de víctimas del conflicto y la violencia ha menguado, no se ha detenido. En solo cuatro años, el Estado registró cerca de 302.000 víctimas de bandas armadas organizadas tras las decisiones de la Corte Constitucional que obligan su reconocimiento (Sentencia C280 y Auto 119 de 2013).

En el terreno, el CICR ha sido testigo del irrespeto de los principios básicos de humanidad. Persiste y preocupa la vinculación de menores de edad a grupos armados, la violencia sexual, los desplazamientos intraurbanos, el confinamiento de los civiles debido a fronteras invisibles y las desapariciones. El hecho de que el número de víctimas del conflicto armado no esté en el mismo nivel de hace cinco años nunca debe ser una excusa para ignorar este gran desafío.

Tentáculos del miedo

Sus palabras salen como un susurro tímido, como si las paredes tuvieran oídos.

"Anoche se armó un tiroteo. Yo estaba muy nerviosa, pero nos quedamos calladitos, sin hablar. A uno hasta le da miedo encender el bombillo". Luz Marina mantiene un tono de voz bajo por un rato, algo nada típico en esta mujer extrovertida que suele sonreír con todos los dientes. Su madre está sentada a su lado. Cuando le preguntan si ha pensado en irse de Tumaco, responde: "Pero ¿para dónde vamos a agarrar? No tenemos a dónde ir".

Sostenidos sobre el mar con palos de madera, los coloridos palafitos en los que vive Luz Marina han sido escenario de muertes de las que nadie se atreve a hablar y, en ocasiones, de una tensa calma en la que pocos confían. 

Violencia armada

Mientras avanza la implementación del Acuerdo Final de paz entre el Gobierno y las FARC-EP, la reconfiguración de otros actores armados marca una geografía de la violencia cambiante y plagada de incertidumbres. Enfrentamientos entre fuerzas estatales y grupos armados, además del accionar de "combos" y pandillas, ponen en evidencia que mantener la promesa de la paz será un camino difícil durante 2017. Para el CICR sigue siendo un desafío reforzar un diálogo con actores armados de naturaleza más volátil para insistir en el respeto de los principios humanitarios.

Asimismo, se han observado complejas formas de violencia en Chocó, donde la mayoría de la población es afrodescendiente o indígena. En este departamento, los trabajadores del CICR han sido testigos de que vivir en condiciones dignas es un lujo de pocos, en especial para la población que habita en zonas de influencia de grupos armados.

En zonas que rodean el río San Juan, en el sur del Chocó, esta tragedia humanitaria es una mezcla de factores conectados entre sí: fuentes de agua contaminadas por la minería, escasas alternativas frente a la producción de droga, hambre y enfermedades derivadas de la pérdida de cultivos, nulo acceso a la salud, confinamiento, senderos contaminados con artefactos explosivos, aislamiento y ausencia estatal.

El miedo no es invisible, tiene efectos reales. Para madres y padres de las zonas del país que son víctimas silenciosas de la violencia armada, sacar adelante a una nueva generación en medio de estas condiciones adversas es una prueba de valentía. "Uno no les puede explicar nada a los niños. ¿Para qué?, si ellos mismos lo están viviendo todo. Lo único que podemos hacer es encerrarlos temprano en la casa. A las seis de la tarde se tranca la puerta y quedamos guardaditos", concluye Luz Marina.

Huerta urbana une a un barrio estigmatizado

"¡Ánimo! ¡Vamos!... ¡unos tomates bien lindos!", le dice María Victoria a las plantas del invernadero de su barrio. Este edén que huele siempre a tomates verdes está ubicado en el sector de La Loma, en las afueras de Medellín, y es producto de meses de trabajo de los vecinos con el apoyo técnico del CICR.

María Victoria es una de las vecinas que ha logrado mejorar su economía con este proyecto de agricultura orgánica desde el principio. Ya han podido vender y alimentarse de tomate, cebolla y cilantro.

La zona ha estado marcada por la violencia, lo que ha generado la estigmatización de sus habitantes y la consecuente dificultad para tener mejores alternativas de subsistencia. Con estos cultivos, la comunidad ha tenido la oportunidad de trabajar junta y tener una fuente de ingresos adicional. "También nos enseñó a tener paciencia para disfrutar de estas plantas tan bellas", opina Ramiro. 

¿A qué llamamos 'violencia armada'?

La violencia armada es distinta a la violencia generada por hechos de delincuencia común, como es el robo de un celular. Se trata de acciones no vinculadas directamente al conflicto armado, sino a los enfrentamientos y al accionar de actores armados organizados, "combos" y pandillas.

La violencia armada tiene consecuencias humanitarias graves para la población como el confinamiento, la violencia sexual, el reclutamiento de menores de edad y el desplazamiento, entre otros.

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