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Mensaje del jefe de la Delegación Regional, Alexandre Formisano

El segundo año de la pandemia de COVID-19 continuó poniendo a prueba la capacidad de la humanidad para dar respuestas a la crisis sanitaria mundial, y nos impresionó la resiliencia de la población, aun en medio de grandes sufrimientos.

Fue también un período en el que quedaron expuestas grandes vulnerabilidades ya conocidas, que incluso se exacerbaron, sobre todo en contextos afectados por conflictos armados, violencia armada, cambios climáticos, pobreza, migraciones. Así pudo constatarlo el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), nuestra organización humanitaria que cuenta con más de 21 000 empleados y está presente en más de 100 países para asistir y proteger a las personas afectadas por las guerras y la violencia.

En nuestra región sucedió lo mismo. En el territorio que comprende la delegación regional del CICR para Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, vimos los tristes récords de miles de pérdidas humanas debido al coronavirus. Algunos de estos cinco países estuvieron en el epicentro mundial de la pandemia durante semanas, lo que implicó que miles de familias sufrieran la pérdida de seres queridos y que las comunidades afrontaran consecuencias trágicas.

La situación sanitaria comenzó a mejorar levemente a medida que avanzó la vacunación, a lo largo del segundo semestre de 2021. Hubo una amplia oferta de vacunas para la población y se realizaron campañas exitosas, que contaron con una gran adhesión popular y el apoyo de las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja.

En medio de este trágico panorama, comprobamos que la vida de las personas vulnerables se volvó más complicada aún. En mis misiones y al participar en las actividades de nuestro equipo, conocí muchas historias de personas cuyo día a día —ya difícil antes de la pandemia—, se volvió más complejo aún. Pasaron muchos meses a lo largo del primer semestre de 2021 hasta que, con la reducción de las restricciones sanitarias, las personas privadas de libertad pudieron contactar a sus familiares.

Fue larga la espera de las personas migrantes que, en busca de una vida mejor, dejaron sus hogares hasta lograr cruzar las fronteras que estuvieran meses cerradas debido a pandemia . Muchos se arriesgan en rutas irregulares – lo que ha ocurrido hasta hace poco tiempo.

También escuchamos testimonios conmovedores de familiares de personas desaparecidas, con innumerables necesidades insatisfechas y problemas que se multiplicaban, como el agravamiento del estado de salud, el desempleo e incluso la falta de alimento.

Por su parte, los profesionales de los servicios de salud, exhaustos, trabajan sin descanso desde hace dos años, viendo de cerca los efectos de la COVID-19 en sus diferentes olas. Sufren un desgaste emocional y físico durante su trabajo y, a menudo, se ven afectados por la propia enfermedad.

Estos son solo algunos ejemplos de los desafíos enfrentados por las personas y comunidades a las que se dirige nuestra labor en la región: personas migrantes y personas afectadas por la violencia armada. Frente a tantas vulnerabilidades adicionales, nuestra delegación regional continuó con el proceso de adaptación e innovación iniciado en 2020.