Sudán del Sur: el anhelo de una vida normal
Por Erika Tovar Gonzalez, delegada de Medios de Comunicación, CICR, Sudán del Sur
JUBA, Sudán del Sur —El paisaje es un collage de azules y verdes, de ríos que desaguan en pantanos. Es difícil imaginar cómo las personas pueden haber sobrevivido aquí durante los últimos tres meses, después de que los enfrentamientos imposibilitaran la llegada de las organizaciones de ayuda humanitaria. En Sudán del Sur, la seguridad es una preocupación constante. Debimos esperar hasta que la comunidad y nuestro equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja pudiesen reunirse en condiciones seguras.
Llegamos al tiempo que se congregaban miles de personas. Venían de seis aldeas diferentes para recibir alimentos y materiales para refugios. Desde que comenzó el conflicto cinco años atrás, muchas de esas personas perdieron todas sus pertenencias varias veces.
"No tenemos nada. Perdí mi pelota de fútbol y mi ropa", me dice un muchacho de 14 años.
Le pregunto qué ropa ha estado llevando durante los últimos tres meses, desde los últimos enfrentamientos.
"Esto", respondió, señalando su camiseta.
Al igual que él, la mayoría de los niños duermen y viven así, con una sola camiseta o un único vestido, ya que sus pertenencias fueron robadas o se quemaron junto con sus casas.
Le pregunté: "¿Perdiste a algún ser querido?".
"Sí, a mi tío. Era mi familiar más cercano desde que mataron a mi padre (dos años atrás). Estábamos corriendo juntos cuando le dispararon".
Desgraciadamente, no es el único con una historia como esta.
Me crucé con un hombre que se aprestaba a ayudar con la distribución. Le pregunté qué habían estado comiendo últimamente.
Me respondió: "Cualquier cosa que encontremos. No pensamos en eso".
"¿Hay peces en el río?" (que está a dos horas de distancia, lo que representa un riesgo de seguridad)
"A veces, pero no tenemos aparejos de pesca. Es difícil pescar sin ellos", dijo.
"¿Cultivan algo?" pregunté.
"Nuestras herramientas de labranza fueron robadas junto con las redes de pesca", responde.
Las familias han perdido todo lo que tenían, incluidos sus animales, sus cultivos y los alimentos que almacenaban. Por esta razón, es extremadamente difícil que logren comer lo suficiente.
Esto ha sucedido una y otra vez: el hambre es la dura realidad que afrontan millones de sursudaneses. Sin asistencia, es evidente que la población podría verse en una situación muy grave.
Ayuda desde el cielo
Hoy, haremos tres distribuciones aéreas. Cada bolsa pesa 50 kilos y se lanza desde una altura de 200 metros. Algunos miembros de la comunidad se encargan de mantener a las personas alejadas de la zona de los lanzamientos, para evitar accidentes. Mientras tanto, otros clasifican las bolsas según su contenido, que puede ser sorgo, arroz, alubias, sal, azúcar o lonas.
Todos ayudan, los niños están entusiasmados y las mujeres se ocupan de dividir los alimentos y ordenar el contenido de las bolsas para que pesen menos al transportarlas. Algunas personas deberán caminar todo el día e incluso más para llegar a su hogar. Se quedarán aquí durante la noche, guareciéndose bajo los árboles, para poder iniciar su larga caminata al amanecer.
Las personas que viven en casas cercanas a la zona del lanzamiento piden una pequeña cantidad de alimentos como pago para guardar parte las raciones de las personas hasta que estas puedan regresar para llevarse el resto.
Pocos hombres para ayudar con el trabajo
Más de 30.000 personas recibirán la ayuda, pero en la distribución se hallan presentes sólo unas pocas decenas de hombres.
"Los hombres se defienden. Por eso, son atacados durante las hostilidades. Mientras tanto, las mujeres recogen lo que pueden y huyen con los niños. Así es como terminan separándose", dice un dirigente de la comunidad.
Algunos hombres murieron, otros desaparecieron y otros más huyeron para nunca regresar.
Durante las distribuciones, todos los días, las mujeres y los niños hacen unas 200 llamadas por teléfono satelital. El CICR les brinda este servicio para ayudar a las familias a comunicarse con sus seres queridos.
No hay redes de comunicación en la zona
Una huida interminable
Según algunos informes, durante este conflicto, que lleva cinco años, unos 2,5 millones de sursudaneses se han convertido en refugiados, mientras que 1,5 millón se han visto desplazados dentro del país. Sumadas, estas cifras representan más de un tercio de la población total de Sudán del Sur, que asciende a 12 millones de habitantes.
En algunas comunidades, como la que visitamos, las familias huyen durante los enfrentamientos y luego regresan. También han recibido a familias procedentes de aldeas vecinas. Aunque han sufrido varios enfrentamientos, consideran que el hecho de estar rodeados de agua es una ventaja para la huida: las personas pueden ocultarse días y días en el agua o cruzar los pantanos para alcanzar lugares donde no serán perseguidas.
Me encuentro con una mujer que parece tener unos veinte años, que se refugió en esta zona hace seis meses.
"Nuestra aldea fue atacada", dice. "Fuimos a otra aldea, pero nos siguieron, y vinimos aquí después de cruzar algunos pantanos".
Le pregunté cómo sobrevivieron todo este tiempo sin ayuda externa.
"No tenemos tierra. Lo perdimos todo. Buscamos frutos y raíces y a veces caminamos hasta un campamento (de desplazados) para obtener algo de ayuda".
A causa de los ataques, sus hijos no pudieron asistir a la escuela este año. Todos los materiales escolares fueron robados, y los frecuentes enfrentamientos impiden la continuidad de las clases. Uno de los niños me dice que quiere ser médico, para ayudar a su comunidad. Pero cuando hay que luchar a diario para sobrevivir, la educación se transforma en un sueño inalcanzable.
A menudo, las familias terminan separadas y sus miembros huyen en distintas direcciones para escapar de un ataque.
"Durante la huida, los niños se separan de sus padres: se pierden, corren en otra dirección o son secuestrados", señala un dirigente comunitario.
En total, nos lleva tres semanas completar la distribución. Los miembros de la comunidad se han acercado a nosotros y nosotros nos hemos acercado a ellos. Muchos niños vienen todos los días para jugar, para mostrarse y para ver las fotos que tomo de ellos. Merecen un futuro mejor que el que se les ha dado, un futuro sin hogares incendiados, sin hambre y sin sufrimiento. Un futuro donde las escuelas estén abiertas y los sueños de hacerse médico puedan transformarse en realidad.
Una mujer me dijo que ya había perdido la cuenta de las veces que tuvo que abandonarlo todo para escapar de los ataques. Le pregunté cuál era su mayor deseo y me dijo:
"Si la vida retorna a la normalidad, si vuelve la paz, todo estará bien. Nos quedaremos en casa, sin tener que huir al monte. No sufriremos hambre ni nos faltarán alimentos. Tendremos lo que necesitamos en nuestro propio hogar. Eso es lo que necesitamos".