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Vivir con los terremotos en Nepal: “¿Cuándo se va a terminar realmente?”

Desde el 25 de abril, hay algo que a todos los que estamos en Nepal nos resulta difícil: vivir en la incertidumbre.

Los cientos de réplicas que siguieron al terremoto de magnitud 7,8 de ese sábado han ido perdiendo intensidad poco a poco. Había llegado a mantener la calma con las nuevas sacudidas que salpicaban días y noches, hasta no notar las que eran "leves" cuando estaba concentrada en mis labores.

Luego, el 12 de mayo, mientras estaba frente a mi ordenador en la oficina del CICR en Katmandú, la tierra empezó a temblar de nuevo. Corrí hasta el marco de puerta más cercano, que había identificado previamente como lugar seguro. Un colega vino conmigo. Esperamos ahí durante lo que pareció ser muchísimo tiempo, mientras el edificio se sacudía, el suelo vibraba y, lo peor de todo, el movimiento se hacía cada vez más violento.

Cuando finalmente pudimos salir, empezaron a acelerarse los pensamientos: ¿Estamos todos aquí? ¿Están bien mi marido y mi hijo? ¿Qué les ha pasado a nuestros equipos sobre el terreno y al personal que tenemos en el sur del país?

A mi alrededor, los colegas trataban desesperadamente de ponerse en contacto con sus seres queridos, a pesar de que las redes estaban saturadas. Un miembro del personal abrazaba a alguien que sollozaba con angustia. A medida que llegaban datos sobre el epicentro del terremoto, la tensión se hizo todavía más evidente en las caras de los colegas que tenían allí a sus familias. Sus casas ya habían sido destruidas por el primer terremoto. ¿Qué noticias iban a recibir ahora?

Bandadas de pájaros surcaban el cielo, y alguien gritó: "¡Terremoto!". Nos reagrupamos en el centro del lugar abierto en el momento en que un segundo temblor potente sacudió la tierra.

Las aves son sabias.

Cuando ya habíamos encontrado a todo el mundo, por fin sentí alivio. Un miembro de nuestro personal estaba aislado en Chautara por un enorme deslizamiento de tierra que había cortado la carretera principal, pero estaba sano y salvo.

Cuando regresaba a casa en coche por la noche, las calles que habían cobrado vida en los días anteriores volvían a estar desiertas, y las tiendas que habían vuelto a abrir sus puertas estaban otra vez cerradas. Fue una mala noche. Hubo otros tres temblores fuertes. Algunas personas gritaban, otras tocaban silbatos. Mis colegas y yo tenemos todos silbatos, para poder atraer la atención de los equipos de rescate si quedamos atrapados bajo los escombros.

Permanecí despierta, pensando en quienes viven en tiendas de campaña, en los colegas que llevan a sus padres ancianos a la relativa seguridad de los espacios abiertos. En los nepaleses valientes que ya habían empezado a reconstruir sus casas destruidas, en los niños que tenían tanta necesidad de volver a la escuela y hacer cualquier actividad que apartara de sus mentes el desastre.

Al día siguiente, todos habíamos vuelto al trabajo en la delegación del CICR, pero en muchas caras se notaba el agotamiento. Todos estábamos afectados por los relatos de dolor que venían de zonas recién afectadas. Más muertes, más lesiones, más casas que se desmoronaban como castillos de arena. ¿Qué respuesta podíamos dar a los sobrevivientes angustiados que preguntaban "¿ahora qué?", cuando ni siquiera los geólogos podían predecir cuándo iban a terminar las réplicas?

Sin embargo, mientras leía informes de campo y escuchaba a mis colegas, la esperanza empezó a hacerse sentir de nuevo. Equipos de la Cruz Roja Nepalesa prestaban servicios de primeros auxilios a los heridos y seguían con la distribución de ayuda. Un hospital, en Dhulikhel, con el cual nos habíamos asociado para la realización del curso de urgencias traumatológicas, operaba a pacientes trasladados en avión desde zonas remotas. Nuestros expertos psicosociales nepaleses y los trabajadores psicosociales a nivel de las comunidades, junto con sus colegas de la Cruz Roja Nepalesa, ayudaban a los sobrevivientes a afrontar la incertidumbre, el miedo y la tristeza.

Otros se esforzaban por restablecer el contacto entre familiares separados. Los dos centros de rehabilitación física a los que apoyamos desde hace años, en Katmandú y Pokhara, trataban ya a pacientes del terremoto.

Había personas que ayudaban en todas partes.

Continuidad. De eso se trata, pensé. El CICR se hizo presente en Nepal en 1988, para dar respuesta a las necesidades surgidas del conflicto interno entre los maoístas y el gobierno. Durante los últimos 16 años, hemos contribuido a reforzar la capacidad de respuesta a emergencias de la Cruz Roja Nepalesa y de las instituciones del Estado, dar esperanza a familias separadas mediante los mensajes de Cruz Roja, brindar apoyo psicosocial exhaustivo a los familiares de personas desaparecidas en el conflicto y capacitar a especialistas forenses en la identificación de cadáveres. Ahora, esta colaboración de larga data se aplica en favor de las víctimas del terremoto.

Espero de todo corazón que prevalezca la continuidad. La reconocida resiliencia nepalesa no necesita que la pongan a prueba una vez más.

Dragana Kojic es jefa de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja en Nepal.