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El CICR y la I Guerra Mundial

 

Artículo por Daniel Palmieri

Cuando estalló la I Guerra Mundial, el CICR era ya una institución más que quincuagenaria. A pesar de que la palabra "internacional" formaba parte de su nombre, el CICR seguía siendo una asociación filantrópica local, con poca experiencia y, sobre todo, de reducida dimensión (10 miembros en agosto de 1914). La I Guerra Mundial y sus consecuencias cambiaron para siempre el perfil del CICR y delinearon sus características actuales.

Cuando estalló la I Guerra Mundial, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) era ya una institución más que quincuagenaria. La Institución fue fundada en febrero de 1863, a iniciativa de dos ciudadanos de Ginebra, Henry Dunant y Gustave Moynier. El objetivo que se fijó entonces la Institución, basándose en las recomendaciones del célebre libro escrito por Dunant, Recuerdo de Solferino (1862), fue favorecer la creación, en cada país, de una sociedad nacional de socorro en favor de los militares heridos de guerra (las futuras Cruces Rojas) para que apoyaran, en caso de guerra, a los servicios sanitarios de los ejércitos. Después de la creación de estas Sociedades Nacionales, el CICR actuó como intermediario entre ellas, al tiempo que las mantuvo siempre informadas de la evolución de la obra de la Cruz Roja. Asimismo, promovió ante los Estados la aprobación del Convenio de Ginebra de 1864, el cual, asignando el estatuto de neutralidad a los heridos, y a los hospitales y las ambulancias, protegía precisamente a los soldados fuera de combate y a las personas que les prestaban socorro. El CICR prosiguió también el trabajo normativo en relación con el derecho humanitario, a fin de adaptarlo de forma continua a la realidad de la guerra y a los avances tecnológicos. Por último, a partir de la guerra de 1870-1871, el CICR comenzó, mediante la activación de una Agencia de Información cada vez que se desencadenaba un nuevo conflicto de envergadura, a proporcionar socorros a los militares heridos o cautivos y a recoger información sobre ellos para responder a las solicitudes de información que le presentaban las familias. A pesar de que la palabra "internacional" formaba parte de su nombre, el CICR seguía siendo una asociación filantrópica local, con poca experiencia y, sobre todo, de reducida dimensión (10 miembros en agosto de 1914). La I Guerra Mundial y sus consecuencias cambiaron para siempre el perfil del CICR y delinearon sus características actuales.

La Agencia Internacional de Prisioneros de Guerra

En efecto, el CICR experimentó una transformación sin igual, comenzando por el personal. Menos de dos meses después de que se desencadenaron las hostilidades, el personal del CICR se multiplicó por doce y, a finales del año 1914, trabajaban para la Institución unas 1.200 personas, casi todas en la Agencia Internacional de Prisioneros de Guerra, la que fue constituida el 21 de agosto de 1914. Durante toda la guerra, la Agencia acogió a unos 3.000 colaboradores. Su cometido era restablecer el contacto entre familiares separados por la guerra. Su estructura consistía en 14 servicios nacionales, que se fueron creando a medida que los Estados entraron en la guerra (servicio franco-belga, británico, italiano, greco, estadounidense, brasileño, portugués, serbio, rumano, ruso, alemán, búlgaro, turco, austro-húngaro). Completaban este dispositivo dos servicios temáticos que se ocupaban de las víctimas civiles y del personal sanitario. La Agencia negoció con los beligerantes y las Cruces Rojas nacionales la obtención de información individual sobre los prisioneros o sobre las otras categorías de víctimas de las que también se ocupó. Esta información, junto con los miles de solicitudes que el CICR recibía diariamente de las familias, era transcrita en un sistema complejo y elaborado de fichas que se actualizaban continuamente. Estas servían para seguir la trayectoria individual de las víctimas y para responder a las solicitudes de información que presentaban las familias.

Al final de la guerra, la Agencia en Ginebra había almacenado más de seis millones de fichas (relacionadas con unos dos millones y medio de personas), lo que constituía una enorme base de datos para esos tiempos, incluso si algunos ficheros nacionales estaban incompletos. De hecho, en relación con el frente germano-austro-ruso, el CICR había delegado el trabajo de búsqueda de información a la Cruz Roja Danesa, la cual que constituyó su propia agencia de información. Los datos relativos a los prisioneros del frente austro-italiano fueron intercambiados directamente entre Roma y Viena, sin pasar por la Agencia de Ginebra. Además de los prisioneros de guerra, la Agencia de Ginebra se ocupó también de los internados civiles y de las personas civiles que estaban en zonas ocupadas. Esto constituyó una novedad porque hasta entonces la población civil no había formado parte de las actividades del CICR. Si bien en 1914 las personas civiles estaban protegidas por el Reglamento relativo a las leyes y costumbres de la guerra, anexo al Convenio de La Haya de 1907, las principales víctimas de los primeros meses de la guerra y de las posteriores ocupaciones militares, tanto en el frente occidental como en el frente oriental o de los Balcanes, fueron las personas civiles. Desde el momento en que se constituyó la Agencia, el CICR organizó, con el apoyo de uno de sus miembros, el doctor Frédéric Ferrière, una sección especial encargada de responder a las solicitudes que concernían específicamente a víctimas civiles (deportados, rehenes, población ocupada).

Al comienzo, la Agencia funcionó sobre la base del voluntariado. Los miembros del CICR, en su mayoría pertenecientes a la gran burguesía ginebrina, movilizaban a parientes y amigos para tratar la enorme cantidad de correo que se recibía diariamente, para responder a él y para transcribir en fichas la información que ese contenía. Sin embargo, poco tiempo después, se optó por contratar a colaboradores asalariados con el propósito de mantener cierta continuidad en el desempeño de estas funciones.

La Agencia no fue el único organismo humanitario activo en Suiza durante la I Guerra Mundial. En 1916, en la sola ciudad de Ginebra había unas 50 asociaciones, obras o comités que se ocupaban de las víctimas civiles o militares del conflicto y, en el mismo año, casi 170 en Suiza.

La diplomacia humanitaria

Al tiempo que realizaba este trabajo de información, el CICR desplegaba una intensa actividad de diplomacia humanitaria ante los Estados en guerra. La finalidad de sus gestiones fue, para empezar, hacer que sus representantes (conocidos como delegados) fueran autorizados a visitar los campos de prisioneros de guerra. A partir de enero de 1915, el CICR estaba en condiciones de inspeccionar los campos de internamiento de Alemania, Gran Bretaña y Francia. Después, recibió esa misma autorización de todos los principales beligerantes. Las 54 misiones itinerantes que el CICR envió sobre el terreno visitaron 524 campos de prisioneros en Europa, pero también en Oriente Próximo (Turquía), África del norte (Marruecos, Túnez, Argelia, Egipto) y Asia (Siberia, Birmania, Japón, Indias Británicas). Los informes relativos a esas visitas, que completaban los que redactaban las Potencias protectoras neutrales (España, Países Bajos, Suiza, Santa Sede y Estados Unidos [hasta 1917]) o las Uniones Cristianas de Jóvenes, eran entregados a los Gobiernos concernidos, pero además, publicados... y vendidos.

El CICR abordó también con las Potencias detenedoras el trato que se daba a los prisioneros de guerra y procuró oponerse, entre otras cosas, a las represalias que se tomaban contra ellos. Este problema, al igual que el de la reciprocidad entre Estados respecto de las medidas que debían tomarse en relación con los cautivos enemigos, duró toda la guerra y fue una preocupación constante para el CICR. A partir de octubre de 1914, el CICR se interesó también por hacer el canje de los heridos y de los enfermos graves en cautiverio y obtener su repatriación o, por lo menos, su hospitalización en un país neutral. De acuerdo con la Confederación Helvética, y después de que Alemania y Francia dieron su asenso, obtuvo la autorización, en marzo de 1915, de hacer pasar los convoyes de heridos a través del territorio suizo, de Constanza a Lyon y de Lyon a Constanza.

Durante toda la guerra, el CICR recordó a los beligerantes que tenían la obligación de cumplir las normas de los tratados internacionales de derecho humanitario y, en especial, del Convenio de Ginebra, que había sido revisado poco años antes, en 1906. De este modo, la Institución hizo lo posible por hacer efectiva la repatriación del personal sanitario detenido por Francia y Alemania, de conformidad con las disposiciones de este Convenio. Sin embargo, en las fases de concreción de esta repatriación hubo muchos bloqueos e interrupciones y, en la repatriación del personal sanitario belga, se tropezó con dificultades similares.

Como organismo neutral –razón por lo cual no podía ser sospechoso de hacer propaganda de guerra para una u otra de las partes en el conflicto–, el CICR transmitió muchas protestas o alegaciones que recibía y que concernían violaciones contra el Convenio de Ginebra o contra los Convenios de La Haya de 1907 relativos a la guerra marítima. Los beligerantes se acusaban mutuamente de bombardear instalaciones sanitarias o ambulancias, de efectuar incautaciones, ataques, torpedeos de barcos hospitales, de utilizar de forma abusiva del emblema protector de la cruz roja o de la media luna roja con fines militares, etc. En vista de los casos de violaciones contra el Convenio de Ginebra que quedaron pendientes al final de la guerra, la X Conferencia Internacional de la Cruz Roja, celebrada en 1921, propuso nombrar una Comisión especial, integrada por seis representantes de naciones que permanecieron neutrales durante la guerra (Suiza, Países Bajos, España, Noruega, Suecia, Dinamarca) y de un delegado del CICR. Esta Comisión, que debía encargarse de examinar las quejas, nunca llegó a crearse.

Ante la amenaza de un empleo general de gases tóxicos de combate, no solo en el frente sino también, y sobre todo, en la retaguardia, el CICR se apartó de sus atribuciones tradicionales e hizo, el 8 de febrero de 1918, un llamamiento solemne a los beligerantes para exhortarlos a renunciar al uso de los "gases asfixiantes y venenosos". Sensibles a esta iniciativa, pero culpando al adversario de la guerra química, los interesados no respondieron realmente a la exhortación del CICR y, en definitiva, solo el fin del conflicto impidió el recurso masivo a esas armas. Después de la guerra, el CICR prosiguió esta acción con el fin de que se prohibiera de forma absoluta el empleo de gases de combate, especialmente ante la Sociedad de Naciones. Las gestiones del CICR contribuyeron directamente a la elaboración del Protocolo sobre la prohibición del empleo, en la guerra, de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos, del 17 de junio de 1925 (llamado también Protocolo de Ginebra).

La guerra puso también de relieve diferentes limitaciones del derecho humanitario en diferentes aspectos relacionados con las condiciones de cautiverio de los prisioneros enemigos. Por esta razón, durante todo el conflicto, los beligerantes tuvieron que negociar entre ellos acuerdos especiales para llenar esos vacíos. El CICR sacó las lecciones de esta experiencia y pensó, incluso antes de que terminaran las hostilidades, en redactar un nuevo código para proteger a los militares cautivos. Esta gestión se vio coronada de éxito en 1929, con la aprobación del Convenio de Ginebra sobre al trato debido a los prisioneros de guerra.

Relaciones con las Cruces Rojas nacionales

La guerra no afectó las relaciones entre el CICR y las diferentes Sociedades Nacionales de la Cruz Roja (o de la Media Luna Roja, para el Imperio Otomano) que prestaban apoyo a los servicios sanitarios de los ejércitos y se ocupaban de la gestión de los socorros que se enviaban a los prisioneros de guerra. El CICR continuó informándolas con regularidad de sus trabajos o de las actividades de sus pares mediante el Bulletin international de la Croix-Rouge, que se publicaba desde 1869. Siguió manteniendo una abundante correspondencia con las Sociedades que actuaban como intermediarias entre la organización ginebrina y los respectivos Gobiernos; las quejas que se transmitían al CICR sobre violaciones de los Convenios provenían de las Cruces Rojas y el CICR las transmitía también por medio de ellas a las autoridades políticas y militares. Si bien estas Cruces Rojas actuaban de forma totalmente independiente del CICR, este se encargaba del reconocimiento oficial de todas las Sociedades Nacionales recién creadas o reconstituidas. Por esta razón, a comienzos de la guerra, el CICR anunció a las otras Sociedades la fundación de la Cruz Roja de Luxemburgo, que se constituyó en el momento en que Alemania atacó Bélgica y que inmediatamente después comenzó a desplegar actividades ante la urgencia de la situación. Por lo demás, el Comité protestó enérgicamente, pero en vano, contra la disolución por el ocupante alemán del Comité central de la Cruz Roja de Bélgica creado en abril de 1915.

Las mujeres en el campo humanitario

La I Guerra Mundial provocó notorios cambios en la sociedad, entre los cuales la ocupación del espacio público por las mujeres, a fin de reemplazar a los hombres que se marcharon al frente. Este fenómeno también fue visible en el CICR, puesto que dos tercios de los 3.000 empleados de la Agencia eran mujeres. Este personal femenino asalariado era contratado, sobre todo, para desempeñar uno de los nuevos oficios a que tuvieron acceso las mujeres: la mecanografía. Esta "feminización" afectó también las altas instancias del CICR, cuando Renée-Marguerite Cramer –que ya se encargaba del Servicio de la Entente en la Agencia– entró en el órgano dirigente del CICR, el Comité, en noviembre de 1918. Este nombramiento fue también una primicia en un organismo internacional. A pesar de que algunos miembros del Comité se mostraron reacios a esta novedad, para el CICR era algo inevitable ante la evolución de la mentalidad a que dio lugar la guerra. Algunas mujeres también se encargaron de dirigir algunos servicios de la Agencia y operaciones del CICR sobre el terreno. Si bien la proporción de estas mujeres era ínfima, se sentó un precedente.

Repatriación de los prisioneros de guerra

El armisticio concertado en noviembre de 1918 no significó el fin de las actividades del CICR, todo lo contrario. La Institución emprendió dos importantes acciones humanitarias directamente relacionadas con la guerra: la repatriación de los prisioneros de guerra y el socorro a la población civil de los países vencidos.

En 1917, el CICR hizo un llamamiento público para que la mayor cantidad posible de prisioneros de guerra pudiera regresar a su hogar, empezando por los que habían pasado más tiempo en cautiverio. Este llamamiento fue innovador en dos sentidos. Por una parte, preveía la liberación incondicional (sin idea de canjes) y el retorno de los cautivos a pesar de que persistieran los combates. Por otra, el llamamiento se refería también a la repatriación de los prisioneros de guerra válidos y no únicamente de los cautivos enfermos o heridos. Lo más interesante de este llamamiento fue, sin duda, su carácter pragmático. Consciente de que la guerra terminaría un día, el CICR anticipó los problemas –especialmente los logísticos y materiales– que iban a plantearse en el momento de la liberación de millones de cautivos y propuso resolverlos anticipadamente, organizando la repatriación de forma progresiva. A pesar de que la idea del CICR tuvo buena acogida y de que los beligerantes emprendieron negociaciones al respecto, su aplicación concreta fue letra muerta hasta el armisticio.

Cuando terminó la guerra, el CICR se encontró ante tres categorías de prisioneros de guerra: los prisioneros de la Entente, los de las Potencias centrales, y los prisioneros rusos. No se pidió al CICR que interviniera en favor de los primeros porque que en los convenios sobre el armisticio se disponía su repatriación inmediata. En cuanto a los segundos, la situación fue más ambigua, pues dependía de si se encontraban en poder de los aliados o de los rusos. El CICR intercedió ante la Conferencia de Paz para que los militares austro-alemanes detenidos por la Entente pudieran regresar lo más pronto posible a sus hogares. Además, el CICR pudo visitar a centenares de ellos en el norte de Francia; sin embargo, este tipo de autorizaciones fue algo excepcional. A pesar de las apremiantes gestiones, la repatriación de los prisioneros alemanes comenzó solo en el otoño de 1919 y se llevó a cabo sin la intervención directa del CICR sobre el terreno. Por lo tanto, la Institución se movilizó esencialmente en favor de los prisioneros austro-alemanes retenidos en Rusia y de los rusos en poder de las Potencias centrales. Los cautivos, que fueron liberados oficialmente después de la Paz de Brest-Litovsk, quedaron totalmente abandonados a su suerte en medio de los desórdenes políticos que sobrevinieron en Europa central y en Rusia. En el mejor de los casos, vegetaban en campamentos improvisados en países que afrontaban graves crisis sociales y económicas y que, por consiguiente, no podían ofrecerles alimento. En el peor, los prisioneros trataban de regresar a sus hogares por sus propios medios y, a menudo, esta aventura terminaba en tragedia. El CICR emprendió una amplia acción de socorros en favor de los exprisioneros de guerra, y sostuvo esta operación mediante llamamientos públicos de ayuda. Lo más importante era sensibilizar a los Estados que acogieron a exprisioneros y a los Estados por los que esos transitaran sobre la urgencia de determinar posibles vías de evacuación. Para ello, el CICR envió misiones de información desde Ginebra a Berlín, Praga, Budapest y Varsovia; sucesivamente a Turquía, Rusia del sur y al Cáucaso; y a partir de marzo de 1919, al Extremo Oriente y Siberia. Cuando llegaban a su destino, las misiones instalaban una representación del CICR y entablaban los contactos que pudieran favorecer los propósitos de la Institución, tanto en el plano político como logístico. Ante la imposibilidad de lograr un plan concertado y general para la repatriación de los prisioneros, el CICR tuvo que intervenir y contribuir de forma más directa al respecto. Para los cautivos rusos que permanecieron en Alemania –el grupo más grande de prisioneros– el CICR negoció con la Comisión Militar Interaliada para obtener la aceptación del principio de que el regreso de esos prisioneros a la madre patria se hiciera sin preocuparse de si el prisionero optaba por volver a territorio "rojo" (la Rusia de los sóviets) o "blanco" (zonas ocupadas por los ejércitos contrarrevolucionarios). Por lo demás, el CICR condicionó su participación al estricto respeto de este principio de neutralidad. Deseaba también que se vinculara la repatriación de los rusos a la de los exprisioneros de los Imperios centrales que estaban en Rusia y en Siberia. Este deseo, motivado por una preocupación humanitaria de reciprocidad, respondía también a consideraciones prácticas y financieras, a saber, la necesidad de utilizar los medios de transporte a plena capacidad en los dos sentidos. Además de las gestiones con los Aliados, el CICR entabló negociaciones con el Gobierno alemán y el de los sóviets. De conformidad con estas negociaciones, se firmó un convenio germano-soviético para reglamentar la repatriación de los prisioneros rusos en Alemania y de los cautivos de las antiguas Potencias centrales en el ex Imperio ruso. Para ello, el CICR recibió plenos poderes de los dos Estados (a los que pronto se unieron Austria, Hungría y el Imperio Otomán) para negociar y organizar de forma concreta las operaciones de repatriación, con el acuerdo de los Estados de tránsito (por ejemplo, Japón y Finlandia). Se organizaron vías de repatriación terrestres y marítimas a partir del Mar Negro (Odesa, Novorosisk), pasando por el Mediterráneo, con destino a Trieste o a Hamburgo para los prisioneros que provenían de Rusia del sur, del Cáucaso o de Turkestán; por el Mar Báltico, pasando por Finlandia y los Estados bálticos, para hacer canjes en los dos sentidos, junto con una vía terrestre entre Alemania y los países bálticos; a partir de Vladivostok con destino a Trieste, o de Hamburgo a un puerto ruso. Estas diversas vías, en las que el CICR instaló campamentos de tránsito –por ejemplo en Narva o Stettin–, fueron operacionales a partir de la primavera de 1920 hasta el 30 de junio de 1922, fecha en que terminaron oficialmente las operaciones de repatriación organizadas por el CICR. Se calcula que cerca de 500.000 exprisioneros pudieron regresar a su (a veces nueva) patria, mediante la intervención del CICR.

Un CICR que cambia

Más allá de los resultados alcanzados, estas operaciones de repatriación fueron el inicio de una etapa crucial para la historia del CICR, por diferentes razones. Para empezar, permitieron que la Institución se desplegara ampliamente y a veces de forma duradera en el extranjero, mediante misiones o delegaciones presentes en Europa central u oriental, en Oriente Próximo o en el Extremo Oriente. Este despliegue sobre el terreno contribuyó a acelerar la transformación de la Institución, que dejó de ser una asociación filantrópica local para convertirse en una organización humanitaria de envergadura verdaderamente internacional, tanto a causa del ideal de universalidad de los valores de la Cruz Roja como de las responsabilidades concretas que asumió fuera de Ginebra. En segundo lugar, junto con esta ampliación geográfica del campo de acción del CICR, se redefinió –en la práctica, pero aún no en su doctrina– el cometido de la Institución. Ante el sufrimiento al que hizo frente en los teatros de operaciones, el CICR desarrolló una amplia gama de actividades nuevas en ámbitos en los que hasta entonces no había intervenido nunca, o pocas veces. Las misiones y delegaciones del CICR, creadas inicialmente para socorrer a los prisioneros que debían ser repatriados, no tardaron en ocuparse también de abastecer a la población civil afectada por crisis alimentarias, especialmente en los países vencidos (Austria, Hungría). En este acción de socorro, se prestó especial atención a los niños, y el CICR fundó, junto con Save the Children Fund, la Unión Internacional de Socorro a los Niños (UISE) a comienzos de los años 1920. Dadas las desastrosas condiciones sanitarias en Europa oriental y los riesgos de propagación de enfermedades contagiosas (en especial el tifus), el CICR propuso también la constitución de una oficina central de lucha contra las epidemias, la cual fue instalada en Viena el verano de 1919 bajo la dirección del señor Ferrière. El CICR, especialmente por medio de sus delegaciones en Constantinopla y Atenas, ayudó también a los refugiados rusos y armenios participando en su abastecimiento e intercediendo para que se les permitieran emigrar e instalarse en un tercer país.

Esta diversificación de las actividades del CICR, junto con las repatriaciones, planteó necesidades financieras y humanas de tal envergadura que la Institución –que volvió a ser un pequeño organismo de menos de un centenar de personas después de que terminó la guerra– no podía asumirlas solo. Ante estas circunstancias, tuvo que buscar asociados y esto constituyó el segundo gran cambio en el funcionamiento del CICR. Si bien ya desde su fundación en 1863 había entablado muchísimos contactos con otras instituciones extranjeras o suizas, estas pertenecían casi todas a "la constelación de la Cruz Roja". Ahora bien, en el período de entre guerras, el CICR tuvo que cooperar con organismos mucho más heterogéneos, cuando no con organizaciones internacionales propiamente dichas, como la Oficina Internacional del Trabajo o la Sociedad de Naciones. Por lo demás, esta colaboración ya no se limitó al intercambio de correspondencia, sino que adoptó la forma de una verdadera cooperación sobre el terreno en favor de los pueblos víctimas. De manera general, se estableció una verdadera colaboración interinstitucional y transnacional durante la primera mitad de los años 1920 para responder a las secuelas de la guerra; por consiguiente, alrededor de un cuarto de los delegados del CICR presentes sobre el terreno trabajaron al mismo tiempo para otros organismos humanitarios a solicitud de estos. A nivel político, esta asociación permitió al CICR hacer frente a la competencia humanitaria, puesto que nuevos actores (Liga de Sociedades de la Cruz Roja, American Relief Administration) reivindicaban también un lugar en la palestra de la caridad internacional.

Una última innovación que hubo después de la guerra, igualmente importante, dio al CICR la posibilidad de intervenir en contextos de violencia armada, distintos a las guerras internacionales. La Institución, fundada para actuar, en su origen, únicamente en las luchas entre Potencias europeas, cuando terminó la I Guerra Mundial prestaba también asistencia en conflictos internos (Rusia, Silesia, Ucrania) o disturbios revolucionarios, como los que tuvieron lugar en Hungría el año 1919. En esta ocasión, y por primera vez en su historia, el CICR fue autorizado a visitar a cautivos que no eran prisioneros de guerra sino detenidos políticos. Después explotó este precedente en otras situaciones de guerra civil, como la de Irlanda.

La guerra de 1914-1918 tuvo pues grandes repercusiones para el CICR, tanto en su filosofía de acción como en las modalidades operatorias que aplicó después para socorrer a las víctimas del conflicto y sus consecuencias inmediatas. En conclusión, si antes de 1914 el CICR reflexionaba sobre la guerra, ese año se convirtió en uno de sus actores ineludibles.

Bibliografía sucinta:

  • Archivos del CICR, A PV, Procès-verbaux de l'Agence internationale des prisonniers de guerre, 1914-1919.
  • CICR, Documents publiés à l'occasion de la Guerre, 24 séries, Genève, Mars 1915 – Janvier 1920
  • CICR, Actes du Comité International de la Croix-Rouge pendant la Guerre 1914-1918, Ginebra, 1918.
  • CICR, L'expérience du Comité International de la Croix-Rouge en matière de secours internationaux, Ginebra, s. f. (pero publicado después de marzo de 1925),
  • CICR, L'Agence internationale des prisonniers de guerre, Genève, 1914-1918, Ginebra, 1919.
  • CICR, Rapport général du Comité International de la Croix-Rouge sur son activité de 1912 à 1920, Ginebra, 30 de marzo de 1921.
  • CICR, Rapport général du Comité International de la Croix-Rouge sur son activité de 1921 à 1923, Ginebra, 28 de agosto de 1923.
  • André Durand, Historia del Comité Internacional de la Cruz Roja, tomo 2, De Sarajevo a Hiroshima, Ginebra, Instituto Henry Dunant, 1998, pp. 22-82.