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Dos epidemias: COVID y violencia

Llevamos más de un año acosados por una pandemia que no conoce fronteras, que ha cobrado la vida de más de 2 millones de personas en el planeta y ha puesto, en nuestra región, a cientos de miles en una condición de doble vulnerabilidad por culpa de una violencia que tampoco conoce límites.

Por Jordi Raich, jefe de la delegación del CICR para México y América Central

Los efectos de esta epidemia global golpean de forma particular a los grupos en situación más vulnerable, razón de ser y objetivo primordial de la acción del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en México y América Central: personas migrantes y desplazadas, familiares de personas desaparecidas, personal de salud, comunidades afectadas por la violencia y personas privadas de libertad.

Este informe resume los resultados de nuestra acción en 2020 y persigue, a su vez, plantear los principales retos humanitarios en México y América Central durante este peculiar 2021. Nuestra misión: mitigar las consecuencias de la pandemia en las poblaciones beneficiarias de nuestro trabajo, ya afectadas por otras problemáticas, contribuir a reducir la propagación del virus, y atender las necesidades de las personas fallecidas por la enfermedad y sus familiares. El año pasado, gracias a la acción coordinada con las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja en la región, apoyamos de manera directa a más de 137.000 personas y un número incalculable se benefició indirectamente de nuestras acciones e iniciativas.

En varios países de América Central, y en menor medida en el sur de México, el impacto de la COVID-19 se vio agravado por los huracanes Eta e Iota. Si bien es imposible conocer con exactitud cuán profundo será el efecto a largo plazo de esta situación, es claro que las condiciones de vida de muchos habitantes de estos países se han deteriorado, acrecentando desigualdades históricas, aumentando la violencia y las probabilidades de más desplazamientos y flujos migratorios. En este contexto, el trabajo humanitario es más necesario que nunca y demanda estrategias innovadoras y coordinadas entre los estados y la sociedad para hacer frente y superar tan compleja situación.

Conscientes de ello, con el despegue de la epidemia por COVID-19 a partir de marzo de 2020, adaptamos nuestra respuesta regional para garantizar la continuidad de nuestras actividades humanitarias en medio de las restricciones de movimientos y confinamientos. A las pérdidas de vidas humanas y el temor de miles de personas de morir o perderlo todo, se suman otros impactos transversales de esta enfermedad. Los retrocesos en términos de desarrollo debido a la desaceleración económica, a la pérdida de empleos y al cierre de escuelas, son algunos de ellos. También sucede que personas con problemas preexistentes de salud o víctimas de la violencia no reciben la atención que necesitan por la sobrecarga de los servicios sanitarios.

La gran esperanza para atajar esta pandemia es, sin duda, la vacunación. Ahora que existen avances positivos en este campo, es vital que las vacunas sean distribuidas de manera universal, gratuita, sin discriminación y que lleguen con premura a los más desamparados. Es fundamental que las vacunas sean asequibles para todos y que no generen nuevas desigualdades. Esto significa que dentro de los grupos vulnerables los gobiernos deben contemplar y reafirmar la inclusión de las personas migrantes, desplazadas y de los privados de libertad.

Acabar con la otra epidemia, la de la violencia que acecha en muchas esquinas de nuestras comunidades, es más difícil e implica acciones de urgencia en el corto plazo y sostenidas a lo largo del tiempo. Con o sin COVID, con huracanes o sin ellos, la violencia no ha cesado y sus consecuencias visibles e invisibles asociadas -como la desaparición, el desplazamiento interno, las restricciones al movimiento, la extorsión, la dificultad de acceso a servicios básicos como la salud y las afectaciones a la salud mental- persisten. Si bien en la mayoría de los países de la región se registró un descenso en el número de homicidios, debido en parte a las cuarentenas y cierres impuestos por la pandemia, las cifras de muertos siguen siendo muy altas, sumadas a las de desaparición, desplazamiento y migración a causa de la violencia.

Sabemos que las necesidades y los problemas son inmensos y que implican el trabajo constante y articulado con las autoridades, las instituciones y los mismos beneficiarios para lograr un efecto ampliado y hallar soluciones duraderas que contribuyan a romper el círculo de violencia y sufrimiento.

La diversidad del territorio que abarcamos enriquece nuestro trabajo humanitario y nos pone retos diarios. Contamos con oficinas permanentes en Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador y México para asegurar la cercanía con las comunidades, mantener un diálogo constante con ellas y adaptar nuestras acciones para responder con relevancia a sus necesidades humanitarias respetando las particularidades culturales de cada contexto.

También multiplicamos nuestras capacidades gracias al trabajo conjunto con las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja en todos los países de la región. Juntos, esperamos cumplir, en este año sin par, con las expectativas de aquellos que más nos necesitan. Nuestros recursos son limitados, pero nuestra disponibilidad para el trabajo conjunto con otros y el conocimiento de las realidades son un abono para cosechar cada vez más mejores resultados en la acción humanitaria.

El 2021 es un año de grandes retos para la humanidad y para la acción humanitaria. El primero y más urgente de todos es atajar una pandemia que amplía las desigualdades y la violencia. Las vacunas ya han llegado. De nosotros depende si nos salvan a todos, porque nadie estará a salvo hasta que todos estemos a salvo, o nos confirmarán si las vacunas solo sirven para convertir la COVID-19 en otra enfermedad de pobres.

Balance humanitario 2021: México y América Central