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Irak: discapacitada y desplazada

Rusul, una niña de 7 años de edad, de Ramadi, quedó paralítica poco después de su nacimiento debido a una cirugía mal realizada. La intervención, cerca de la columna vertebral, no logró curar una infección cutánea grave y, además, la dejó sin sensibilidad.

"Es muy difícil moverla a derecha e izquierda", señaló Abu Rusul, que había adoptado a Rusul tras la muerte de ambos padres biológicos de la bebé. Después de que la niña y su padre adoptivo huyeran a un campamento improvisado para personas desplazadas en Amiriya Faluya, recibir rehabilitación física y otros tratamientos se hizo muy difícil para Rusul. "He hecho todo lo que puedo para darle el tratamiento que necesita, pero es muy costoso", comentó Abu Rusul.

Ofrecimientos de ayuda del CICR

El personal del CICR conoció a Rusul durante una visita de evaluación a los campamentos de la zona. La niña no quería hablar, pero sus ojos transmitían el dolor corporal que padecía. Pese a su silencio, se oía un fuerte grito interno para pedir ayuda.

"Dime algo", le rogó Amro Ibrahim, el miembro del personal del CICR que fue el primero en conocer a Rusul en Anbar. "¡Di lo que quieras!", volvió a probar. Pero la pequeña no quería pronunciar ni una palabra. Abu Rusul se encogió de hombros e indicó que la pasividad de su hija era de larga data.

Semanas después, el CICR entregó una silla de ruedas a Rusul, con la esperanza de que eso la animara un poco y ayudara a su padre adoptivo a trasladarla de un lado a otro. Además, el CICR ofreció cubrir el costo del tratamiento de Rusul en uno de los cinco centros de rehabilitación a los que brinda apoyo en Bagdad.

Una epidemia de dolor silencioso

Hoy en día, hay decenas de miles de niños como Rusul en Irak. Viven inmersos en un dolor silencioso. La guerra, la política y la pobreza les han robado la niñez. No van a la escuela ni juegan al aire libre. No se ponen ropa nueva los días de fiesta. No viven en un ambiente seguro. Son muy vulnerables a la violencia sexual. No tienen agua potable. No tienen una alimentación adecuada, así que no se desarrollan plenamente.

En este contexto, no debe resultar sorprendente que Rusul no diga nada. Cuando a un niño lo privan de tantas cosas, ¿por qué debería querer reír, o incluso hablar?

El campamento para personas desplazadas de Amiriya Faluya, donde vive Rusul. CC BY-NC-ND/CICR