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No estamos en “guerra” contra la COVID-19: preocupaciones desde la “línea del frente” en Italia

Poco después de que la COVID-19 llegara a Europa y a Norteamérica, políticos, académicos y periodistas comenzaron a adoptar terminología de los conflictos para denotar una “guerra” contra el coronavirus y destacar el carácter letal de esa amenaza sin precedentes. En este artículo, Adriano Iaria, responsable de Sensibilización Humanitaria de la Cruz Roja Italiana, describe cómo ese cambio en el lenguaje que empleamos podría tener consecuencias peligrosas para los verdaderos frentes de batalla en los conflictos armados.

Por Adriano Iaria

Versión original de este artículo en el blog del CICR Humanitarian Law & Policy

Poco después de que la COVID-19 llegara a Europa y a Norteamérica, políticos, académicos y periodistas comenzaron a adoptar terminología de los conflictos para denotar una "guerra" contra el coronavirus y destacar el carácter letal de esa amenaza sin precedentes. En este artículo, Adriano Iaria, responsable de Sensibilización Humanitaria de la Cruz Roja Italiana, describe cómo ese cambio en el lenguaje que empleamos podría tener consecuencias peligrosas para los verdaderos frentes de batalla en los conflictos armados.

Las imágenes están grabadas a fuego en nuestra memoria. Pasillos de hospitales inundados de camas con pacientes gravemente enfermos. Ataúdes alineados prolijamente, a los que nadie puede acercarse para llorar la pérdida del ser querido que contienen. Médicos –enfundados en equipos de protección– que colapsan contra las paredes por agotamiento físico y mental. Italia fue el primer país europeo que padeció un brote grave de COVID-19 a nivel nacional. Desde entonces, se nos ha descrito reiteradamente como el "frente de batalla" de la pandemia de coronavirus.

De hecho, desde mi propia posición en ese frente, he notado una tendencia inquietante. Día a día, según parece, nuestros esfuerzos colectivos por combatir la propagación de esta enfermedad mortal se describen en los periódicos mediante el uso de metáforas de guerra. En una entrevista con la televisión nacional italiana, Domenico Arcuri, comisario italiano para la COVID-19, lo describió de la siguiente manera: "estamos en guerra y debo encontrar municiones para que nuestro país gane esta guerra antes y mejor que los demás". "Los trabajadores de la salud están en la trinchera", afirmaron los sindicatos italianos. "Estamos en guerra", declaró el presidente de Francia, Emmanuel Macron. El 17 de marzo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tuiteó: "El mundo está en guerra contra un enemigo oculto. ¡VENCEREMOS!".

En cierto modo, entiendo ese instinto. El uso de estas metáforas nos ayuda a entender la gravedad de la situación que todos estamos viviendo: miles de muertos, cientos de ellos trabajadores de la salud, todos caídos ante un "enemigo" común, un enemigo que puede atacar en cualquier momento y que debemos derrotar.

Esa táctica tampoco es nueva. En el pasado, las pandemias, las catástrofes y otros momentos especialmente duros para la humanidad se han descrito con lenguaje de guerra. Y, de la misma manera que nuestras respuestas a las pandemias y a los desastres han evolucionado junto con los avances científicos, las consecuencias de la guerra se han mitigado gracias a la evolución gradual del derecho de los conflictos armados: el derecho internacional humanitario.

Lamentablemente, el socorro y la compasión que aporta el derecho internacional humanitario al tratar de limitar los efectos de los conflictos armados no es compatible con este relato de "guerra total" contra este enemigo sin rostro: la COVID-19. Como escribió Susan Sontag en 1989, en su libro La enfermedad y sus metáforas: el sida y sus metáforas, "hacer la guerra es una de las pocas empresas ante las que no se pide a la gente que sea 'realista'; es decir, que tenga presentes el costo y los resultados prácticos. En una guerra abierta, el gasto lo es todo, no exige prudencia; la guerra es, por definición, una emergencia para la que ningún sacrificio es excesivo".

No puedo permanecer impávido mientras fluyen ríos de tinta que describen esta guerra contra un enemigo invisible. Como responsable de Sensibilización Humanitaria de la Cruz Roja Italiana y como miembro del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, mi función consiste en difundir el derecho internacional humanitario y abogar por que se lo respete. Sin embargo, precisamente al mismo tiempo que el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja promueve la campaña "Asistencia de salud en peligro" para reafirmar la neutralidad de los trabajadores de la salud en los conflictos armados y la protección que se les debe brindar, los periódicos informan sobre médicos, enfermeros y voluntarios que pierden la vida como consecuencia natural de su trabajo "en el frente de batalla". El virus se considera un enemigo, y no hay límites para erradicarlo.

Este relato sensacionalista –en el cual la guerra no tiene normas, los trabajadores de la salud son objetos legítimos de ataque y cualquier medio o método puede emplearse contra el enemigo– afectará nuestra capacidad de mejorar el respeto por la primacía del derecho en los conflictos armados. Según las leyes de la guerra, se debe proteger a los trabajadores de la salud; el derecho a elegir métodos y medios de guerra no es ilimitado; y "cada persona, incluso el enemigo, deben ser considerada como un ser humano, y protegida". La apropiación del lenguaje de los conflictos para eliminar una pandemia puede afectar, a largo plazo, los dictados de la conciencia pública, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, así como, en última instancia, nuestra capacidad de cumplir nuestra misión de proteger la dignidad humana.

En Recuerdo de Solferino, Henry Dunant describe con mucho detalle los actos de bondad de mujeres y hombres que aliviaban el sufrimiento humano en plena batalla, sin importar la nacionalidad de los combatientes. Si volviera a visitar Brescia o Milán – dos de las ciudades de Italia más afectadas por la COVID-19–, Dunant hallaría una fuente de inspiración igualmente trágica en las calles: tutti fratelli! (¡todos hermanos!). Los periodistas y los encargados de tomar decisiones deben seguir ese camino, comprometerse con el internacionalismo de la solidaridad y dejar el lenguaje de guerra para los verdaderos frentes de batalla.

Nota del editor: las opiniones expresadas por el autor le pertenecen y no necesariamente reflejan las del Comité Internacional de la Cruz Roja.