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“Veo que están rodeadas de amor” – El reencuentro entre una fotoperiodista y dos niñas huérfanas ruandesas

Hace dos años, en la República Democrática del Congo, la fotoperiodista Nadia Shira Cohen conoció a dos niñas huérfanas, reunidas por el CICR con su abuela en Ruanda. En agosto pasado, decidió viajar para ver cómo estaban.

Ambas niñitas aún usan los vestidos rojos y rosados que les compré hace dos años. Hoy están sucios y andrajosos. Su choza de adobe, apenas iluminada por la llama débil de una vela, se desmorona. Sin embargo, lo más importante de la historia de las niñas me reconforta: veo que están rodeadas de amor.

Wa-Jali, en las afueras de Kigali, en Ruanda, donde Philomène y Jeanne Françoise viven ahora, con su abuela. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Hace dos años, reí a carcajadas cuando Jeanne Françoise y Philomène vieron por primera vez cómo salía agua de una ducha. Esa noche, en el hotel, deben haber encendido la luz de la habitación cien veces, maravilladas al ver cómo funcionaba. Tuve la ocasión de presenciar cuando un equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja reunió a ambas niñas – en ese entonces de 10 y 8 años de edad – con su abuela materna en Ruanda. Su vida mejoraría, eso esperaba.

En casa, a la noche. Marie y sus nietas pueden usar una lámpara sólo cuando reúnen dinero para el queroseno. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Las niñas crecieron en el Congo / Brazzaville, luego de que sus padres huyeran de Ruanda durante el genocidio de 1994. Si bien su vida tuvo un comienzo difícil, todo empeoró. Su madre falleció durante un parto y su padre murió de SIDA. Quedaron a cargo de una familia de guarda, pero su vida entonces fue muy dura, incluso podría calificarse como abusiva.

Las trataban como empleadas domésticas. Frecuentemente las golpeaban. A menudo, debían levantarse a las 5 de la mañana para ir al campo, a espantar los murciélagos de las plantaciones de cebolla. Lavaban la ropa y los platos, limpiaban y cocinaban. Sus padres adoptivos les mentían sobre cómo sería su vida en Ruanda, en un intento de seguir teniéndolas como esclavas.

Philomène y Jeanne Françoise ayudan a su abuela a recoger leña. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Recuerdo haber sentido una mezcla entre curiosidad y esperanza al presenciar cuando Jeanne Françoise y Philomène se reunieron con su abuela Marie Mukambabazi. Ahora, dos años más tarde, decidí viajar allí y ver cómo estaba la familia. Su vida es sencilla, los alimentos escasean, el dinero no abunda; sin embargo, estoy feliz de constatar que están bien.

Juegos en el patio con primos y vecinos. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Esos vestidos rojos y rosados me hicieron comprender hasta qué punto carecían de dinero. Las niñas los llevaron puestos, incluso con agujeros, durante los cuatro días de mi visita. Tampoco había combustible para las lámparas caseras. Al principio, esta pobreza material me deprimió, hasta que comencé a ver la relación que la abuela y las niñas habían construido y la vida que llevaban.

Philomène muestra sus manuales escolares a su abuela. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Salta a la vista que las niñas tienen una de las cosas más importantes que un niño puede tener: amor. Además del afecto que reciben, tienen un entorno de disciplina. Ahora saben que la vida no consiste sólo de quehaceres. La danza y el juego también forman parte de su vida. Marie, la abuela que se ofreció voluntariamente a cuidar a las niñas, volvió a ser madre a los 72 años de edad, pese a no poder trabajar y a vivir en condiciones de pobreza. Sin embargo, se esfuerza para dar a las niñas todo cuanto está a su alcance.

Las dos hermanas camino a la escuela primaria. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Las niñas van a la escuela, donde estudian tanto en kinyarwanda como en inglés. Su maestro, Niyonzima Vedaste, me contó que les va bien en los estudios. Dada la situación financiera de la familia, tienen suerte de poder asistir. Cuando las niñas llegaron a la escuela, los maestros y los padres se reunieron y decidieron dispensarlas de la cuota anual de 120 dólares. Philomène, ahora de 12 años de edad, anhela ser maestra de kinyarwanda, la lengua materna de su madre. Jeanne Françoise, de 10 años de edad, quiere ser médica.

Philomène y Jeanne Françoise con sus compañeros en el segundo grado de la escuela primaria. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen 

El proceso de reunificación llevado a cabo por el Comité Internacional de la Cruz Roja demandó mucho tiempo y esfuerzo, pero Marie está feliz de que haya sucedido. "Las niñas han traído alegría a mi vida nuevamente, después de muchos años", me dijo. Al principio, cuando sus nietas llegaron, contó que le resultaba muy difícil disciplinarlas. Se peleaban con frecuencia, carecían de afecto y alegría. "Juego con ellas, bromeamos y nos reímos", dijo Marie. "Eso es lo que todos los niños necesitan".

Juegos en el patio con primos y amigos. CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

Mi visita de seguimiento me convenció de que la repatriación desde Congo Brazzaville fue la decisión correcta. Como mamá, siento tristeza por la madre de Jeanne Françoise y Philomène, a quien seguramente le habría encantado ver crecer a estas niñas tan especiales. Entonces, me reconforta pensar que se sentiría aliviada al saber que sus hijas ya están en casa, después de todo.

CC BY-NC-ND / CICR / Nadia Shira Cohen

 

Lea la historia narrada en 2014 por Nadia Shira Cohen en Al Jazeera (en inglés), donde documenta el momento en que las niñas se reunieron con su abuela:

Reunited in Rwanda - Twenty years after genocide, a grandmother discovers two granddaughters she didn't know she had