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Violencia sexual en Colombia: un flagelo que persiste

Isabel* ha tenido que pasar por mucho. No solamente fue agredida sexualmente por los combatientes de un grupo armado, sino que ha tenido que callar, durante 20 años, que su hija menor es el resultado de esa violación. En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer recordamos esta historia y la de otras mujeres como ella.  

Aquella noche, Isabel y sus hijos dormían. Ella había ya atendido al grupo armado que fue hasta su finca, en una zona rural del Valle del Cauca. Les había preparado comida, les había servido café. Trataba de descansar cuando unos golpes en la puerta la despertaron. 

Sin mediar palabra fue agredida sexualmente por tres de esos hombres. El temor a que hicieran algo a sus hijos, que dormían en la habitación contigua, la obligó no gritar. Cuando la dejaron, lloró en silencio, se limpió como pudo, curó sus heridas. Unas semanas más tarde, supo que estaba embarazada. Decidió huir, con sus hijos a cuestas. Nunca volvió. Nunca habló. Nunca denunció. 

Ahora, Isabel ya no calla. Cargó durante 20 años con el precio del silencio. Ni su familia, ni sus amigos, conocían su secreto. Mucho menos su hija Ana*, fruto de aquella violación. Hace un año, desplazada de nuevo por su trabajo activo como líder comunitaria,  decidió por fin a compartir su historia con otras mujeres. Hablar, dice, sana.

Sin embargo, la mujer no ha compartido esta dolorosa experiencia con sus hijos varones, ni con el resto de su familia. En su entorno más cercano, sólo su hija, fruto de aquella violación, lo sabe. "Lo que más me duele es que Ana sufre. Ella se siente una bastarda, siente que no vale. Si ni siquiera yo lo asimilo, tantos años después, ¿cómo va a asumirlo ella? Es muy duro".

Isabel pensó en quitarse la vida. Intentó abortar, perder a ese hijo que nunca deseó. Pero su hija nació. "La adoro, claro, pero es bien terrible verla en ocasiones. Me recuerda lo que pasó. Me pregunto cuál de aquellos hombres es su papá. Me pregunto qué pasa con los hijos de la guerra. Muchos son abandonados, rechazados. Otros están con sus mamás. Pero hay que pensar qué pasa con esos muchachos. Alguien tiene que apoyarles."

El apoyo psicológico que ha recibido Isabel la ha ayudado a superar en parte lo que le ocurrió. Ha perdonado, dice, pero no olvidado. "Todavía me salen lágrimas cuando hablo de esto. Pero al menos puedo hablarlo". Estar con otras mujeres, hablar con otras mujeres que han sufrido violencias similares es sanador. "Yo antes no salía de casa, sentía miedo. Ahora me siento capaz de contarlo, de apoyar a otras mujeres que han pasado por la misma situación". Sus hijos, afirma, las otras mujeres por y con las que trabaja, le dan aliento cada día para salir adelante.

Isabel no se llama Isabel. Su nombre podría ser cualquiera. Su historia es la de tantas mujeres colombianas, violentadas física y emocionalmente por los actores del conflicto armado. Sus cicatrices, sus cuerpos marcados, su valentía, su capacidad de lucha, sus sueños, son parte de la geografía emocional de este país. Su esperanza, es la esperanza de muchas mujeres colombianas que sueñan, que piden, que insisten, en que ninguna otra mujer tenga que pasar por algo así.

El subregistro de violaciones en el conflicto armado es alto. Según cifras del Registro Único de Víctimas, hay reporte de 17.285 casos de personas que habían padecido uno de los horrores del conflicto: ser agredidas sexualmente por un actor armado. El 90 por ciento fueron mujeres y sabemos que son muchas más. 

*Nombres cambiados

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