Declaración

Discurso pronunciado por la presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, Mirjana Spoljaric

Sesión informativa para la prensa - 75.° aniversario de los Convenios de Ginebra

Los Convenios de Ginebra son tratados fundacionales del derecho internacional humanitario que han permitido alcanzar notables logros en muchos aspectos.

Esa sería una apertura esperable de mi parte al recordar los 75 años de su aprobación, el 12 de agosto de 1949.

Sin embargo, quisiera proponer otro título para conmemorar este aniversario: 

El derecho internacional humanitario está atravesando un momento muy difícil. Se desestima y se desvirtúa para justificar la violencia. 

Hoy más que nunca, el mundo debe renovar su compromiso con este sólido marco que brinda protección en conflictos armados, un conjunto de normas que se basa en proteger la vida y no en justificar la muerte. 

SITUACIÓN ACTUAL DEL DIH

Además de ser únicos y universales, los Convenios de Ginebra también han logrado resistir el paso del tiempo. 

  • Prohíben la tortura y la violencia sexual.
  • Exigen que se dé un trato humano a las personas detenidas.
  • Obligan a emprender la búsqueda de personas desaparecidas.
  • Y lo más esencial: reflejan un consenso mundial de que todas las guerras tienen límites. 

Todos los Estados han acordado regirse por estas normas vitales y fundamentales. El Cuarto Convenio, que brinda protección a las personas civiles –protección absolutamente necesaria tras la Segunda Guerra Mundial– fue calificado como un "milagro" en su momento.

No obstante, pese a gozar de apoyo universal, el incumplimiento de sus normas sigue siendo un grave problema. Incluso cuando las partes afirman respetar el DIH, se aplican interpretaciones excesivamente permisivas que debilitan su eficacia.

Por esa razón, lo primero que pido hoy a todos los Estados es que el respeto de los Convenios de Ginebra sea una prioridad política. En todos lados.

Hace 25 años, el entonces presidente del CICR, Cornelio Sommaruga, se refirió a la existencia de 20 conflictos armados. En la actualidad, nuestra organización tiene registrados más de 120.

Mientras los Gobiernos y los medios de comunicación se centran en la destrucción en Ucrania y Gaza, los conflictos armados en otras partes del mundo están teniendo un costo escandalosamente similar. La violencia en Etiopía se ha cobrado cientos de miles de vidas. Las hostilidades han desplazado a 8 millones de personas en Sudán y a 6 millones en República Democrática del Congo. Los conflictos prolongados en República Centroafricana, Colombia, Mozambique, Myanmar, Siria y Yemen tienen un costo humano altísimo.

EROSIÓN DE LAS MEDIDAS DE PROTECCIÓN

A lo largo de varias décadas, las interpretaciones sesgadas del DIH han debilitado su capacidad de brindar protección. Algunos Estados y grupos armados han ido adoptando una visión cada vez más abarcadora de lo que está permitido.

En zonas de guerra por todo el mundo, no se respeta la inmunidad de los hospitales. Se atacan las ambulancias. A las escuelas se las despoja de su carácter civil por –supuestamente– beneficiar a los adversarios. La prestación de asistencia humanitaria se ve obstaculizada por dudas acerca del uso indebido de los artículos de socorro. Son alarmantes las cifras de trabajadores humanitarios asesinados, entre ellos, muchos colegas del CICR y del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja. 

Ahora bien, si me preguntan acerca de cuáles creo yo que son los desafíos más importantes hoy, les digo una cosa: una vida humana es una vida humana. ¿Qué ocurre si ponemos la humanidad en una balanza? ¿Mi vida debería valer más que la de otra persona?

La deshumanización tanto de los combatientes del bando enemigo como de las poblaciones civiles solo puede llevarnos hacia la ruina y el desastre. La historia nos ha enseñado que este tipo de errores se vuelven en nuestra contra y dificultan el progreso durante décadas y siglos. 

Si se permite que las partes en conflicto menosprecien la vida en función de la nacionalidad, la raza, la religión o las creencias políticas, las bases del DIH –nuestra humanidad común– se derrumban.

El DIH exige que todas las personas civiles y otras personas afectadas por los conflictos armados gocen de la misma protección. 

Lógicamente, la incorporación de nuevas tecnologías podría llegar a empeorar estas peligrosas tendencias. Si se entrena a los algoritmos con normas demasiado laxas en cuanto a la selección de objetivos de ataque, aumentarán las víctimas civiles. Si no se imponen nuevos límites desde el derecho, las armas autónomas podrían utilizarse con muy pocas restricciones y tomar decisiones de vida o muerte sin supervisión humana.

LLAMADO A LA ACCIÓN: IMPLEMENTAR Y FORTALECER EL DIH

Es cierto: mis palabras suenan pesimistas, pero también es cierto que nunca pierdo las esperanzas.  

El DIH sigue siendo una herramienta con una capacidad única para mitigar el costo humano de los conflictos armados. No existe ningún otro conjunto de normas universales que obliguen a todas las partes a ejercer moderación

Los Convenios de Ginebra salvan vidas. Están tan vigentes hoy como hace 75 años. Pero se necesita voluntad política para lograr su plena implementación. Es por eso que propongo trazar un camino de cuatro puntos para reducir el sufrimiento: 

  • En primer lugar, las partes en conflictos armados deben renovar su compromiso con los Convenios de Ginebra, obedeciendo la letra y el espíritu de sus normas. 
  • Segundo, llamo a los Estados a ratificar y respetar los tratados de DIH, incluidos los protocolos adicionales a los Convenios de Ginebra. 
  • Tercero, debemos ver mejoras humanitarias tangibles en lugares afectados por conflictos armados. 
  • Y cuarto, los Estados deben aseverar que el uso de nuevas tecnologías de guerra –inteligencia artificial, ciberoperaciones y operaciones de información– respeten estrictamente el DIH. Más específicamente, es urgente que los Estados generen un marco normativo que imponga determinados límites a los sistemas de armas autónomos. 

Las violaciones deliberadas del derecho son muy frecuentes, pero los esfuerzos para evitar que se repitan y para exigir a los autores que rindan cuentas por ellas son ínfimos. Los Estados deben esforzarse más por capacitar y disciplinar a su propio personal, ejercer influencia para que otros cumplan las normas, dotar a los sistemas judiciales para procesar y castigar los crímenes de guerra, así como para cooperar con las instituciones internacionales a fin de que no haya impunidad. 

Los grupos armados deben tomar medidas similares. La prevención, la capacitación y la internalización del DIH en las estructuras jurídicas, sociales, religiosas y éticas de cada país han demostrado su eficacia, pero deben ser más generalizadas.

Si las partes siguen ejerciendo presión sobre los requisitos de protección del DIH y si se conforman con bordear los límites del cumplimiento, el DIH quedará completamente desvirtuado: se volverá una justificación para la violencia en lugar de un escudo de protección para la humanidad. 

De continuar esta tendencia, la legitimidad del DIH no sobrevivirá a los ojos de los Gobiernos, los grupos armados no estatales y las personas a las que se propone proteger.

REVERTIR LA TENDENCIA

Señoras y señores: 

Las tendencias pueden revertirse. Ningún país está exento de la posibilidad de un ataque y jamás un soldado o una persona civil será inmune a la violencia ejercida por fuerzas enemigas. 

Los Estados deben frenar con urgencia este retroceso. El riesgo de desbordamiento y escalada es particularmente peligroso en un mundo tan globalizado como el nuestro. Oriente Medio está al borde de un precipicio en el cual la desdicha que vienen soportando palestinos e israelíes ya se está irradiando hacia otros lugares. En el conflicto armado internacional Rusia-Ucrania, se deben promover negociaciones para reducir el riesgo de que sus repercusiones se agraven y se vuelvan cada vez más complejas.

Las tensiones permanentes entre Estados poderosos han incentivado los preparativos para operaciones militares de gran escala. El discurso que caracteriza a las relaciones internacionales está dejando de basarse en el multilateralismo y la cooperación para centrarse en el gasto en defensa y la preparación ante conflictos. 

“O están de nuestro lado o están en nuestra contra”: esa actitud hacia las relaciones exteriores no pone el foco en el devastador costo humano y las terribles consecuencias económicas que un conflicto armado entre los ejércitos más poderosos es capaz de ocasionar.  

Con todo esto en mente, me hago una pregunta elemental y aun así vital: ¿dónde están los encargados de establecer la paz?; ¿dónde están los hombres y mujeres que lleven adelante las negociaciones que pondrán fin a tantas muertes y harán cesar las guerras? 

¿Por qué dedico esfuerzos a instar a los dirigentes mundiales a priorizar medidas prácticas en favor de la implementación del DIH?

Porque allí donde las partes en conflicto se rehúsan de manera persistente a negociar, los actores humanitarios neutrales e independientes como el CICR se ven presionados hasta el límite. Por el contrario, asumir una actitud de respeto del DIH, que se manifiesta, por ejemplo, otorgando acceso humanitario, facilitando evacuaciones o liberando personas detenidas, habilita un primer paso esencial hacia la reducción de las hostilidades y los acuerdos de cese del fuego. 

En un mundo dividido, el DIH puede ofrecer un camino hacia la paz. Los Convenios de Ginebra representan valores universales. Son un denominador común de la humanidad. Son esenciales para prevenir los peores efectos de la guerra, así como para que todas las personas, aunque pertenezcan a un bando enemigo, sean tratadas como seres humanos. Cualquier otra opción implicaría traicionar el compromiso asumido a partir de las lecciones que dejó la Segunda Guerra Mundial.