Servicios urbanos durante conflictos armados prolongados
Un inadmisible costo humano
En los centros urbanos, la población civil y los objetivos militares suelen coexistir en las mismas zonas. Las armas explosivas pesadas, como grandes bombas, misiles, cohetes, morteros y municiones de artillería, tienen mayor probabilidad de alcanzar el objetivo militar, pero también tienen áreas de impacto amplias, imprecisas y, muy a menudo, indiscriminadas, que arrasan con todo a su paso. Esto afecta significativamente a la población civil y ocasiona muertes, lesiones y traumas.
La preocupación constante por la seguridad de seres queridos y la ansiedad incesante por el alimento y por otras necesidades básicas exacerban todas las dificultades personales asociadas con esta situación traumática. Es común vivir con un dolor intenso y con miedo. Si bien muchas personas logran seguir adelante con su vida y sobrellevar la angustia, otras padecen traumas psicológicos incapacitantes.
La interrupción de la vida diaria
Los enfrentamientos urbanos suelen dañar o destruir infraestructura crítica necesaria para la prestación de servicios vitales, como energía eléctrica, agua y saneamiento, asistencia de salud, alimentos y educación. La población urbana, que depende de la infraestructura y de los bienes y servicios de terceros para su supervivencia diaria, es intrínsecamente vulnerable a las interrupciones del mercado y de las cadenas de suministro. La falla de un sistema a menudo genera el colapso de muchos otros. Esto incrementa los riesgos para la salud pública y los medios de subsistencia de las personas, lo que a su vez puede llevar al desplazamiento poblacional en masa.
Los bombardeos y los ataques de artillería también pueden ocasionar daños irreparables a los hospitales, evitar que las ambulancias lleguen a los heridos y alterar la prestación de suministros médicos. Los trabajadores de la salud, como miembros de la población civil, también sufren estos efectos en forma directa y pueden verse obligados a dejar su empleo y huir.
Huir por sus vidas
Cuando los barrios se van convirtiendo en frentes de batalla, todos los aspectos de necesidad básica —el agua, los alimentos, la asistencia de salud, el trabajo, la educación y el alojamiento digno— empiezan a escasear. Muchas personas se ven forzadas a huir de sus hogares; esto altera su vida y las expone a mayores riesgos, como violencia sexual y de género, dado que pierden sus medios de subsistencia y sus redes de apoyo. En general, son las comunidades locales, que a menudo también sufren los efectos del conflicto armado, las que prestan ayuda a las personas que han sido desplazadas.
El desplazamiento puede continuar por muchos años, incluso después de finalizadas las hostilidades, a raíz de la destrucción de viviendas e infraestructura. Por otra parte, las zonas residenciales quedan plagadas de explosivos abandonados sin estallar. Puede llevar años, incluso décadas, retirar esos dispositivos, lo que impide que los residentes regresen a salvo a su hogar.
Volver a empezar
La destrucción masiva causada por los conflictos armados en las ciudades puede retrasar los índices de desarrollo durante décadas.
Cuando las personas abandonan las ciudades en busca de más seguridad o mejores oportunidades, la “fuga de cerebros”, es decir, el éxodo de los trabajadores que saben cómo construir, operar y mantener la infraestructura (y los sistemas complejos que dependen de ella), se vuelve un problema. De igual manera, la situación de inseguridad y el cierre de las escuelas impiden durante años que los niños puedan recibir educación, lo que dificulta que toda una generación pueda tener una mejor calidad de vida.
Las consecuencias humanitarias de la guerra urbana son complejas, directas e indirectas, inmediatas y a largo plazo, visibles e invisibles. Pero eso no significa que sean un efecto colateral inevitable de la guerra.