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Afganistán: una realidad más extraña y más dura que la ficción

6 de agosto de 2015. Era jueves por la noche. Mi primer fin de semana en Kabul acababa de empezar.

No estaba especialmente cansada, ni tenía sueño. Al contrario, estaba contenta de estar en Afganistán, un país que había seguido durante años como reportera antes de sumarme al CICR. Era mi primera visita y tenía ganas de caminar por las calles y hacerme una idea del lugar, su población y su cultura. Sin embargo, por razones de seguridad, no podía abandonar el complejo del CICR, ni siquiera para dar un paseo corto.

Me quedaba la duda: ¿será tan grave, o hay simplemente un exceso de precaución por parte del CICR? Después de todo, hace mucho que Afganistán no ocupa las primeras planas de la mayoría de los medios de comunicación internacionales... ¿Será porque está tranquilo y no hay mucho que reportar? ¿O será porque los medios de comunicación internacionales se fueron, junto con la mayoría de las tropas extranjeras?

De todas formas, me resigné a la limitación de mis movimientos.

Solo voy a estar aquí dos semanas, me dije, al contrario que algunos de mis colegas, que han vivido aquí entre dos y cuatro años, y otros incluso décadas. Para muchos de estos colegas, procedentes de los lugares más variadas del mundo, no poder moverse con libertad no sería necesariamente algo "normal" en sus países de origen. Sin embargo, durante su estancia en Afganistán, sé que han tenido limitaciones a distintos niveles, ¡y que a veces han debido incluso recluirse en un refugio antibombas! Así que, si ellos pueden vivir así durante períodos prolongados, yo debo poder hacerlo durante solo dos semanas.

Antes de viajar a Afganistán, me dijeron que no iba a poder abandonar el complejo del CICR, así que llegué preparada, con suficientes películas y programas para mantenerme entretenida.

Decidí ver "House of Cards". Para los que no lo sepan, es un drama político estadounidense sobre un hombre ávido de poder que hace lo que sea necesario para convertirse en presidente de Estados Unidos. Dilemas morales, ética cuestionable, pragmatismo implacable, acciones simplemente repugnantes... todo eso por el poder, por el control de otras personas. ¡Vaya! Menos mal que eso solo sucede en la ficción.

Mientras pensaba eso, oí una fuerte explosión.

Era poco más de la 1 de la madrugada de un viernes. Salí de mi habitación de un salto, preguntándome qué podía haber sido eso. ¿Debía preocuparme?

Dos colegas con los que compartía casa salieron también de sus habitaciones. Llevaban el tiempo suficiente en Afganistán para que uno exclamara: "¡Uy! Es la explosión más fuerte que he oído nunca. Eso no puede ser bueno". Y el otro dijo: "¡Espera! No se oyen disparos, ¿no? Al menos eso es relativamente buena señal". Y yo, novata en estas cuestiones, ahí de pie, en silencio, pensando: "¿Será real esta conversación? ¡Hacen que suene como algo normal!"

Me recomendaron que volviera a la cama y me dijeron que, si hubiera algún motivo de preocupación importante, nos llamarían y que era posible que tuviéramos que pasar las dos horas siguientes, e incluso toda la noche, en un refugio antibombas.
Volví a la cama y empecé a buscar desesperadamente en Google. ¿Dónde explotó la bomba? ¿Por qué? ¿Quién la detonó? ¿Cuántas personas resultaron heridas?

Y entonces me di cuenta: era posible que hubiese muertos. En esa fracción de segundo, a solo minutos de donde estaba yo.

Esto no es ficción, como la serie de televisión que estaba a punto de ver. Es la realidad del mundo en el que vivimos. Una realidad más abominable que la ficción que condené hace unos minutos.

Me costó dormirme, mientras pensaba en lo que sucedía fuera. Las primeras noticias a la mañana siguiente afirmaban que al menos ocho personas murieron y más de 400 resultaron heridas por el estallido de un potente coche bomba en Kabul.


Se esperaba un aumento de la cifra de muertos, y ocurrió.

En 24 horas oí otras dos explosiones. ¡Hay personas que dicen que oyeron por lo menos cinco! Mientras la ciudad se tranquilizaba un poco, el lunes, otra explosión afectó al aeropuerto internacional de Kabul.

Sí, mueren personas todos los días. Y, lamentablemente, nos hemos tornado casi insensibles a los números, con tantos conflictos que persisten en todo el mundo.

Estas cifras ya no suelen significar nada. Pero tomemos distancia y pensemos...

Estas cifras representan personas: cada una de ellas es alguien que era importante para la vida de otro. Suena estereotipado, pero es cierto. No todos tenemos la cercanía de un incidente trágico para recordárnoslo. O tal vez sí.

Las bajas civiles en Afganistán van en aumento, en comparación con el mismo período del año pasado. La situación aquí se deteriora. Está lejos de ser normal o estable. Entonces, ¿por qué es ya un conflicto olvidado? ¿Es solo por el cansancio que provoca un conflicto que persiste durante tanto tiempo como este? ¿O es porque es demasiado complicado?


Sinceramente, no hay ninguna razón suficientemente buena para abandonar a la población de Afganistán. No hay ninguna razón suficientemente buena para aceptar una realidad en la que lo "normal" no debería ser normal en ningún caso. No hay ninguna razón suficientemente buena para preferir una ficción que nos haga estremecernos en lugar de la realidad. Ninguna.

Pero me queda una pregunta más urgente, y espero respuestas:

¿Qué hace falta para que el mundo vuelva a prestar atención a la población de Afganistán?

Relato de Neha Thakkar, oficial de Relaciones públicas del CICR