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Editorial: Normalizar la violencia no anula sus consecuencias

Por Miguel Ramírez, jefe de operaciones del CICR en México

México: Balance Humanitario 2021-2022

 

Hace más de dos años Nancy tuvo que despedirse de su hijo Manuel. Mientras lo sostenía entre sus brazos, luego de que recibiera varios disparos, le hizo una promesa: sus nietos no viviría lo que él padeció. Su caso fue titular de un día y luego su nombre pasó a ser uno más de los que integran las estadísticas de un México impactado por asesinatos violentos y otros delitos.

Perder un hijo o un familiar por la violencia es la historia de decenas de miles de personas en México. Como la experiencia de Nancy hay muchas similares, repetidas, reproducidas en los noticieros a diario, escuchadas en las pláticas de sobremesa una y otra vez, y olvidadas una y otra vez. La violencia, infortunadamente, forma parte de la vida cotidiana de muchas comunidades, tanto que, en muchos casos, hemos terminado por normalizarla, por aprender a vivir con ella y por resignarnos hasta volvernos inmunes al sufrimiento que causa a miles de personas.

México, como muchos países afectados por la violencia en la región y en el mundo, sufre desde hace años sus consecuencias humanitarias: homicidios, desapariciones (el año pasado hubo un promedio diario de 91 víctimas de homicidio doloso y 20 personas desaparecieron cada día, según cifras oficiales), desplazamientos, separación de familias, amenazas. Ello incluye tanto a las personas migrantes que enfrentan en su paso múltiples peligros que pueden comprometer su vida, como a numerosas comunidades de residentes cercadas de miedo por la presencia en su territorio de grupos armados. Todo ello sin mencionar todos los estragos generados por la pandemia.

El CICR, que en 1994 llevó a cabo su primera misión humanitaria en el país, abrió su actual delegación regional en 2002, luego de que el Senado de la República ratificara el Acuerdo de Sede firmado con el Gobierno de México en julio de 2001. Nuestro trabajo y presencia continuos en territorio mexicano desde hace más de 20 años nos enseñan cuán graves son las consecuencias humanitarias y el dolor que causa la violencia armada y nos obligan a luchar contra el letargo y la anestesia social para dejar de normalizarla. La violencia armada no solo afecta el presente de muchas personas, también hipoteca su futuro: incrementa las vulnerabilidades económicas y sociales de las poblaciones e impacta directa e indirectamente en sus rutinas y salud.

Foto: A.Vega/CICR

Pero nuestra experiencia en el contexto mexicano también nos da esperanza. Paralelo a los retos, hemos visto multiplicarse los esfuerzos colectivos de una sociedad civil vibrante que se organiza para empujar cambios estructurales. Hemos sido testigos de la resiliencia de comunidades que generan espacios para reconstruir el tejido social y hemos notado el interés de muchas autoridades para brindar mejores respuestas. También hay avances desde el ámbito jurídico, como lo es la Ley general en materia de desaparición, un paso fundamental para reconocer los derechos de las personas desaparecidas y sus familias. Pero aún falta mucho camino por recorrer.

Tomará tiempo superar las consecuencias de la violencia en México. No hay soluciones sencillas ni de corto plazo. Se requiere de presupuesto, de la unión y voluntad de muchas fuerzas políticas y sociales, de la coordinación de autoridades, del apoyo de organismos nacionales e internacionales, sobre todo de procesos que incluyen a las mismas comunidades.

También, y como paso fundamental, se requiere reconocer y tomar conciencia colectiva de cuánto nos cuesta la violencia en términos de vidas y futuros perdidos: empezar por su des-nor-ma-li-za-ción. Esto nos permite reconocer el dolor de las víctimas, nuestra indiferencia que revictimiza, recuperar la empatía, salir de nuestras propias burbujas, entender la violencia como un problema común y buscar, diseñar e implementar soluciones de calado.

Desde el CICR trabajamos junto con la Cruz Roja Mexicana para fortalecer la asistencia y protección a comunidades afectadas por la violencia, familiares de desaparecidos y personas migrantes, al tiempo que cohesionamos los tejidos sociales y empoderamos a las poblaciones para que conozcan sus derechos y puedan acceder a ellos. Queremos mejorar el presente de las personas y ayudarles a encontrar alternativas para su futuro, como lo mostramos en los diferentes capítulos de este informe.

Reconocer la violencia como uno de nuestros más graves problemas es un paso adelante para trabajar juntos en revertir la tendencia, para que cada día haya menos personas como Nancy con hijos muriendo en sus brazos. La indignación y el rechazo frente al virus de la violencia es lo menos que les debemos a las víctimas de esta larga y endémica tragedia.

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