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Rodeados por olivos, los jóvenes sirios aprenden el abecedario

Más de un millón de personas huyeron al Líbano desde que comenzó la crisis en Siria hace cuatro años. Hoy en día, viven con parientes o familias de acogida o en los campamentos. Recientemente, cuatro visitantes del CICR y la Cruz Roja Libanesa pasaron una mañana en Ketermaya, uno de los asentamientos informales cerca de las montañas del Chouf.

Cuando llegamos al campamento, amenazaba con llover. Los refugios destartalados con lonas impermeables y postes endebles parecían insuficientes contra el aguacero que se avecinaba.

Cuando subíamos por un camino de tierra, entre olivos dispersos y amapolas rojas semiocultas entre las hierbas, nos recibió el murmullo de voces infantiles.

Después de ingresar al campamento, el murmullo aumentó intensamente y se convirtió en un grupo de escolares que coreaba el abecedario. Una jovencita con sudadera roja brillante y pañuelo blanco en la cabeza los dirigía como si fuese una directora de orquesta. Los niños cantaban y reían, sentados en sillitas de plástico y, desacompasadamente, se volvían para mirar a los visitantes.

Nejmé, de 14 años de edad, enseña a los niños a la intemperie porque su salón de clases quedó destruido por la lluvia.

Nejmé, su maestra de 14 años de edad, vive en Ketermaya desde el año pasado, junto con sus padres y hermanos. Oriunda de Guta, en las afueras de Damasco, la familia huyó de la ciudad hace dos años, cuando la crisis en Siria empeoró y quedarse se tornó demasiado peligroso. Ponerse a salvo en Líbano les llevó tres días. Primero se guarecieron en una escuela, junto con otros refugiados sirios, y luego se mudaron al refugio gris y azul donde viven hoy.

Ketermaya alberga unas 50 familias, es decir, 300 personas en total. Sobreviven gracias a la generosidad del propietario del terreno y de la comunidad local. Sin embargo, pese a esta ayuda y a la asistencia brindada por la Cruz Roja Libanesa, las condiciones de vida son realmente difíciles para quienes se refugian en el campamento.

Recorrimos el lugar, bajo un cielo que pasaba del gris acero al celeste. A nuestro alrededor, los niños jugaban, ajenos al clima por más que lloviera, reían si resbalaban en el barro, traían amapolas y ciclámenes enanos de las praderas cercanas, y entonaban su canción del alfabeto.

El campamento se convierte en una pista de patinaje de barro cuando llueve.

Imán Kenno, una abuela de 63 años de edad, se ocupa de siete de sus nietos, cuyos padres –sus propios hijos– murieron. Junto con un par de vecinos y sus hijos, viven en una pequeña carpa que se convirtió en su hogar, donde apenas tienen espacio para moverse. Imán regaña a una niñita de tres años de edad, que entra empapada y quiere salir nuevamente a jugar bajo la lluvia sonora. Imán le saca el pulóver mojado de color rosa, mientras la niña gime. Un momento después, cobijada en brazos de su abuela, la niña recupera la alegría, tira besos a las visitas y besa a su abuela en las mejillas una y otra vez. Es demasiado pequeña para saber que su mamá y su papá fueron víctimas de la tragedia de Siria.

Mientras estábamos afuera, en medio de las tormentas, Nejmé, quien asumió como maestra por iniciativa propia, nos contó sobre su deseo de ayudar a los niños a aprender. El mes pasado, dio clases al aire libre, luego de acomodar las sillas azules y rosas en hileras, frente a un gran pizarrón verde. "Teníamos un salón de clases", dice con tristeza. "Pero el refugio donde estaba se cayó por la lluvia, y ahora no tengo lugar para la escuela, excepto afuera."

Los niños aprenden inglés, matemática y ciencia.

"Enseño inglés, matemática y ciencia", prosigue su relato y señala el pizarrón, lleno de figuras geométricas. "Es lo que aprendí en la escuela. Solía ser la mejor de la clase."

No era un alarde, sino una simple declaración.

"Les doy días libres a los niños los viernes y el sábados", Nejmé continúa, "pero no quiero que pierdan sus clases otros días".

"Espero, también, que recibir educación les ayude a olvidar sus problemas y la pérdida de sus seres queridos", agregó con una madurez sorprendente para alguien que es apenas una niña.

Nejmé vacila y luego prosigue: "Si tuviéramos cuadernos y bolígrafos, sería mucho más fácil que los niños aprendieran las lecciones, porque podrían escribir todo."Por su parte, Nejmé lleva un diario, donde escribe todos los días.

"¿Me tomarías una foto?", pregunta de repente. "Quiero ponerla en mi diario."

"Pero sólo de las rodillas para arriba. No quiero que se me vean los pies", suplica, señalando sus sandalias sucias, cubiertas de barro, que, por cierto, contrastan con su sudadera colorida, su modesto pañuelo y su collar de botones de colores.

Mientras le tomamos la foto, posa como una estrella de cine.

Nejmé posa para la foto como una estrella de cine.

Cuando estábamos a punto de partir, comenzó a llover copiosamente otra vez. La lluvia se escurría entre los olivos, formando charcos enormes y pesados sobre los techos de lona, y convirtiendo el campamento en una pista de patinaje. Sonrientes, los niños saludaron con la mano y entonaron la canción del abecedario.

Por ahora, los niños en Ketermaya son demasiado jóvenes para pensar en el futuro. Pero pronto perderán la inocencia y comprenderán la tragedia que los llevó a Líbano.

Y se darán cuenta, también, que como millones de otros jóvenes desarraigados y asolados por los conflictos en su país, forman parte de la catástrofe humanitaria de Siria.

 

Fotos:  CC BY-NC-ND/ICRC