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La persistente violencia contra la asistencia de salud en Nigeria

Falmata explica el legado mortal de los ataques contra los servicios de salud en Nigeria y la importancia de proteger las principales infraestructuras civiles en los conflictos armados.

Antes de que Falmata y su familia huyeran de su casa a raíz de un estallido de violencia, la ciudad de Dikwa tenía una clínica médica y un hospital adonde las personas podían buscar asistencia médica.

"Cuando regresamos, ambos edificios habían desaparecido. El hospital había sido saqueado y destrozado, y la clínica, incendiada. Todo el personal huyó. Por un tiempo, no hubo asistencia", dijo Falmata.

Los ataques contra Dikwa, a los que se refirió Falmata, comenzaron en 2009, cuando estalló una insurgencia armada en la ciudad vecina de Maiduguri, capital del estado de Borno. En los enfrentamientos subsiguientes, cientos de miles de personas civiles murieron o se desplazaron en el noreste de Nigeria.

En marzo de 2015, los combatientes invadieron varios municipios del estado de Borno, incluida Dikwa, cuya población entera huyó a Maiduguri. Posteriormente, las fuerzas gubernamentales apoyadas por el ejército chadiano nuevamente ocuparon Dikwa y, desde entonces, han mantenido un perímetro de seguridad en las afueras de la ciudad.

N. Tavakolian / CICR

Más de 100.000 personas se encuentran hacinadas actualmente en el centro urbano de Dikwa; se han establecido varios campamentos en toda la periferia, que están superpoblados y en los que viven agricultores y pastores desplazados (representan tres de cada cuatro habitantes). Como no pueden acceder a sus tierras y se han visto privados de sus medios de sustento, prácticamente dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir.

Los recursos son escasos, incluso el acceso al agua potable y a las instalaciones sanitarias. Los precios de los alimentos se han disparado, y la malnutrición está en aumento. Muchas personas venden el jabón que recibieron de organizaciones humanitarias, ya que no tienen otra manera de ganar dinero. El cólera es una amenaza permanente

M. Abdikarim / CICR

Falmata fue una de las personas que huyeron de Dikwa en 2014 y 2015. Logró poner a salvo a sus hijos, pero perdió a su marido, que murió durante los hechos de violencia. La comunidad cargó con el gran peso de la falta de atención médica tras la destrucción de las dos instalaciones.

"Tiempo más tarde, las organizaciones de asistencia comenzaron a prestar servicios médicos nuevamente. Hoy en día, ya contamos con enfermeras y médicos capacitados para cuidar a los pacientes. Sin embargo, si una persona está muy enferma y no puede ser atendida en la clínica local, no hay soluciones en Dikwa. Los pacientes necesitan ser trasladados a Maiduguri, pero para dirigirse allí se requiere una escolta militar. De lo contrario, no es seguro".

En los últimos años, las organizaciones de asistencia locales e internacionales han establecido una red de clínicas que brindan atención primaria de salud a los habitantes de los campamentos y a la comunidad en general, pero son pocos los servicios especializados que se ofrecen y directamente no hay servicios quirúrgicos.

C.A. Wells / ICRC

Falmata trabaja como partera tradicional en Dikwa. Su deseo es que su comunidad respete las medidas preventivas para hacer frente a la COVID-19, pero explica que es muy difícil en el día a día, debido a la situación que atraviesan.

"Algunas personas respetan las normas, otras no. Algunas niegan la amenaza que representa el virus y dicen que tenemos otros problemas más apremiantes, como la inseguridad, la falta de acceso a nuestras granjas, los precios altos y la escasez de alimentos. El virus no es lo único que nos preocupa", dijo Falmata.

Miró a las otras mujeres sentadas en semicírculo a su lado; ellas asintieron con la cabeza.

Se les puede decir a las personas que se laven frecuentemente las manos, pero necesitan agua y jabón para hacerlo. Recuerdo que una vez tuvimos agua corriente en Dikwa, y el gobierno puso un gran generador en funcionamiento para que todos pudiéramos tener agua limpia en nuestros vecindarios. Pero luego ocurrieron los ataques, y se destruyó gran parte de esta infraestructura.

Falmata

En una encuesta realizada en 2019, tres de cada cuatro familias instaladas en los campamentos y dos de cada cinco en el resto de la comunidad informaron que no tenían suficiente agua para satisfacer sus necesidades básicas. La situación no cambió un año después.

La inseguridad en las zonas rurales y los continuos desplazamientos a Dikwa han provocado una enorme presión demográfica. Al mismo tiempo, las autoridades gubernamentales no han podido extender la zona donde podrían asentarse las personas desplazadas, ya que dificultaría la protección de la población contra nuevos ataques.

En la fortaleza en la que se ha convertido Dikwa, cada vez se perforan más y más pozos y a mayor profundidad para encontrar suficiente agua para una población en aumento. El último pozo, perforado por personal del CICR, alcanzó una profundidad de 350 metros antes de toparse con un acuífero viable que transportaba agua subterránea limpia.

La destrucción de las instalaciones sanitarias y de abastecimiento de agua de Dikwa y sus alrededores se debe, en gran parte, a que no se ha respetado el derecho internacional humanitario ni las personas civiles, sus bienes y la infraestructura civil necesaria para atenderla.

Lea el discurso pronunciado por el presidente del CICR, Peter Maurer, en el Debate Abierto del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre la protección de los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil

R. Behnisch / CICR

Esta tendencia no es nueva ni se limita al noreste de Nigeria. Las guerras de la última década –en Siria, Yemen, Libia y otros países– llevan a concluir que los ataques contra la infraestructura básica se han convertido en tácticas intencionales y han dejado de ser daños incidentales.

Lea el comunicado de prensa “Personal de salud y pacientes sufren las consecuencias de miles de ataques contra los servicios de salud en los últimos cinco años, según un informe del CICR”.

Los vidrios estallados de las ventanas y las paredes con agujeros de bala por todas partes nos recuerdan claramente la violencia reciente, pero es la destrucción del medio ambiente y de la infraestructura básica lo que más dificulta la reanudación de la vida normal y la partida silenciosa de todas aquellas personas que sabían cómo construir, hacer funcionar y mantener esas instalaciones.

V. el resto del relato de Falmata y otras historias de adversidad, resiliencia y cambio en tiempos de COVID-19.

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